5.

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Harry se regañó a sí mismo mientras encendía el motor de su automóvil. Jamás se había sentido más estúpido en su vida. Jamás se había sentido tan débil y poco coherente, mucho menos tan fuera de control, y él, honestamente, amaba el control.

Había dado vueltas toda la noche, había intentado ahogar sus pensamientos entre las piernas de su novia, pero ni siquiera parecía estar concentrándose bien en su tarea, lo cual fastidió aún más a la morocha. Estaba siendo un idiota sin razonamiento, y aquello lo enfurecía consigo mismo.

Siempre le había importado Rebekah; ella era una de las pocas personas que había estado siempre para él, al igual que Cipriano. Ahora, se le hacía inconcebible el no estar para ella cuando se veía claramente que algo no estaba bien con ella y su relación. Pero, ¿quién demonios se creía que era? Sobre todo, cuando su relación con Kendall era de todo menos estable.

Golpeó el volante del deportivo y salió de la mansión, girando alrededor de la fuente y notando las flores que estaban por todos lados en el jardín. Ahora le parecía estúpido no haberlo notado jamás. Incluso en aquella época, con los fuertes granizos y la nieve azotando Londres, las flores estaban impecables. Era gracias a Rebekah y a aquel amor incondicional que parecía darle a todo lo que hacía.

Realmente tenía que dejar de pensar en ella.

Llegó a su casa y todo el mundo lo saludó. Sabía que era un hombre agradable y un jefe justo, lo que le permitía a sus empleados trabajar de la mejor manera, sobre todo cuando todos convivían y estaban juntos en los momentos clave del día.

Abrió el calendario y se fijó en las reuniones. No había reuniones programadas y la empresa estaba cerrada. Tampoco había almuerzos, meriendas o nada programado. Harry se había encargado de darle el día libre a todo el mundo. Era Año Nuevo, por el amor de Dios.

«¿Dónde demonios está Cipriano?»

Pasó una mano por su cabello y se hundió en el sillón de la sala, tomando el libro que había comenzado a leer unas semanas atrás, intentando tener el hábito de la lectura que su madre le había inculcado. Pero no había forma de que su mente le permitiera conectar su atención con aquella novela criminalística. En todo lo que podía pensar era en que su mejor amigo estaba mintiéndole a su esposa, a Rebekah, la única mujer que siempre había conocido dulce y devota.

La mansión había quedado en silencio con la partida de Styles, y aunque Rebekah había terminado con sus plantas, se quedó sentada en medio de los pasillos, enterrando sus rodillas en la tierra e intentando controlar los sentimientos que afloraban en lo profundo de su alma, llenándola de tristeza y decepción.

No podía evitarlo, se sentía estúpida y fracasada. Había convertido a Cipriano en su templo, su mural, su cielo, y eso no había sido suficiente.

Cortó las flores y armó un ramo entre sus dedos, intentando encontrar una combinación perfecta entre ellas, colocándole un listón y armando otro, dejando que la distracción la llevara a lugares más felices, llenándose de colores y aromas que sabía le faltaban a su vida, sobre todo aquel que había quedado impregnado en el aire desde que el británico había salido por las puertas de hierro.

Entregó las flores y caminó descalza por el suelo de mármol impoluto, dejando las botas sucias en el invernadero. Subió las escaleras hasta el baño principal, dándose una ducha profunda y frotándose las manos, los pies y las rodillas con un cepillo lo suficientemente duro para quitar cualquier rastro de tierra antes de bajar. Miró la hora y se encaminó hacia la cocina, observando la mesa para uno y sentándose a almorzar, acomodando su suéter en las mangas para no mancharlo mientras comenzaba a charlar con las amas de casa, quienes almorzaban con ella para que no se sintiera tan sola.

illicit affairs | Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora