13

158 15 5
                                    

Cuando Rebekah decidió levantarse de la cama, las lágrimas que habían estado mojando sus ojos desde la mañana ya estaban secas y resquebrajaban su piel.

El tiempo en la oficina no había sido suficiente para que se acostumbrara, pero sí lo suficiente para que pudiera rozar, con las puntas de sus dedos, la libertad y la sensación de autosatisfacción. Había creído que su nuevo puesto duraría lo suficiente como para poder establecerse, de modo que su esposo comenzara a vivir con la idea de que no lo estaría esperando cada tarde como una niña en la puerta, esperando que él le halagara su ropa y su belleza.

No esperaba ser secretaria por siempre, pero esperaba poder aprovechar aquel puesto el tiempo suficiente para que la idea se hiciera notoria y factible en la mente de Cipriano. Pero, una vez más, había arruinado cualquier tipo de esperanza que pudiera estar albergando en su corazón.

No iba a escapar jamás de aquella torre. Sería siempre una esposa modelo perfecta, la adoración de su esposo.

La noche no había sido particularmente mala, al contrario. Él había vuelto temprano a casa de esa reunión, la besó, incluso le hizo el amor por segunda noche consecutiva.

La abrazó luego del acto y susurró palabras en italiano que no creería volver a escuchar. Se sintió amada y protegida mientras su esposo utilizaba aquel tierno apodo: "Cara". Había pasado tanto tiempo que incluso se preguntó si era para ella, pero lo había sido. Él había gemido para ella mientras se acariciaban.

Al despertar, todo había vuelto al punto inicial.

Cipriano no estaba en la casa, y solo el silencioso movimiento de los empleados llenaba el ambiente. Todo parecía haber rebobinado, tanto que se preocupó de haber viajado en el tiempo sin haberlo intentado.

Bajó las escaleras, vistiendo un hermoso vestido floral, uno color amarillo y blanco, con una pomposa falda y sandalias a juego. Su cabello lacio estaba alto en una cola tan tirante que ayudaba a falsificar la sonrisa que tenía plasmada en la cara, mientras observaba a la cocinera y a la ama de llaves murmurar; posiblemente sobre ella y lo triste que sería nuevamente su vida.

No las culpaba. Ella estaba de acuerdo. Era hora de guardar los trajes finos y los maletines de empresaria y volver a sus vestidos de mujer adorno. Al fin de cuentas, era en lo que había estado trabajando durante tantos años.

Tomó asiento y le sirvieron su té verde. Las mujeres comenzaron a contarle sobre las buenas nuevas, cosas de la casa y chismes del barrio. Nada interesante, pero aparentemente la señora del dueño del despacho de abogados había estado acostándose con el jardinero. Clara se había enterado mientras compraba las frutas que utilizarían para las tartas con las que esperaría a Cipriano para merendar.

Por un instante deseó ser la señora Connor. Al menos ella tenía algo de diversión en la torre de princesa que su esposo le había puesto. Cipriano ni siquiera permitía que trabajaran hombres en su castillo. Quizá por miedo al engaño, quizá porque siempre había sido demasiado celoso y controlador.

Bebió su té en silencio, con su vista azul muerta en el jardín trasero. Debía asegurarse de comenzar a trabajar en el jardín. Aún faltaba para la primavera, pero era necesario que las plantas estuvieran impecables para que pudieran florecer con fuerza. Quizá una visita al vivero era necesaria. Necesitaría abono, semillas, fertilizante y quizá algunos remedios para sus plantas. Aún había algunos bichos en las orquídeas.

Había descuidado demasiado el jardín, pero se había estado cuidando a ella misma.

Una voz pareció estar llamándola de lejos, pero sus pensamientos estaban más allá del jardín, del prado y el castillo. Era un murmullo a lo lejos, nada importante. Nada que fuera lo suficientemente fuerte como para sacarla del lugar donde estaba. Estaba en oficinas, con aroma a colonia, crema de afeitar, papel recién impreso y café recién hecho.

illicit affairs | Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora