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Encontrar un motivo para animarse había sido más que complicado esa noche, sobre todo cuando las preguntas llegaban a ella y a su esposo, respecto a sus futuros hijos, una y otra vez, haciendo que Rebekah rezara mentalmente para que aquella idea aún no se le metiera a Cipriano en la cabeza.

Por supuesto, quería hijos; creía que ese era el único propósito que aún la mantenía dentro de aquel matrimonio, algo que la haría revivir el amor y consagrar su vida. Pero aún era muy temprano, aún sentía aquella pequeña llama en su pecho que le decía que había mucho más por vivir. Ella quería mantener esa llama con vida, era frágil y sutil, pero seguía allí.

Habían pasado exactamente dos horas desde el incidente y, aunque deseaba con todo su corazón que aquello quedara en la nada, aún podía sentir los ojos filosos de Harry sobre ella. Él le había susurrado que se quitara el abrigo; sin embargo, no lo había hecho, a pesar del sudor que comenzaba a sentir y el dolor de cabeza debido a las altas temperaturas del salón, lo que la hacía sentirse aún más enferma.

Todos estaban sumidos en una conversación interesante sobre la bolsa de valores y, mientras iba de un lado a otro entre los hombres y mujeres de negocios, incluso la pequeña y agradable secretaria de Harry, Rebekah mantenía sus intervenciones al mínimo, intentando no intervenir en ningún plan de negocios, incluso cuando tenía la capacidad para hacerlo.

La mesa quedó en silencio cuando Harry se levantó y caminó hacia el ingreso, escoltando a la hermosa morocha que tenía como novia. Rebekah la había conocido hacía unos años, pero jamás habían logrado ser cercanas. Sabía que ella era una modelo reconocida en la industria, puesto que era inconfundible de reconocer cuando todas las semanas era portada de alguna revista de éxito.

Harry trajo a Kendall hacia la mesa y tiró su asiento hacia atrás, tal como había hecho con ella. La mujer saludó, con un breve asentimiento y una sonrisa para nada agradable, la cual reflejaba exactamente su personalidad: nada agradable.

Normalmente no asistía a este tipo de eventos, lo que era una revelación que estuviera allí, pero Rebekah lo entendía. La envidiaba en cierto punto. Ella tenía una carrera y una agenda apretada que seguir, no estaba en casa cortando flores y armando ramos que su esposo ni siquiera tendría la decencia de ver. Mucho menos tenía un esposo que fuera tan estúpido para no verlos, porque su novio era Harry, y él no era como el resto de los hombres.

A Rebekah siempre le había interesado trabajar, incluso había estudiado negocios, y aunque en algún momento de su vida las pasantías de asistente en una empresa de éxito le habían dejado el gusto del éxito en la punta de la lengua, había sido difícil continuar cuando la constante presencia de Cipriano en su vida le recordaba lo que la tradición siciliana quería: una mujer en casa, sumisa y elegante, y un hombre proveedor de todas las cosas.

— Renata, deberías quitarte el saco. Hace demasiado calor, además es bastante horrendo, déjame decirte.

Había notado que Kendall tenía una particular forma de ser.

Hacía tres años que ella y Harry eran pareja y aún no se había aprendido su nombre. Tampoco le importaba hacerlo, se notaba; incluso Harry se había molestado luego de años de citas dobles y eventos compartidos.

También había notado la cara de desagrado que hacía cada vez que Harry deseaba tener un gesto romántico o cariñoso con ella en público, arrugando la nariz como si estuviera oliendo un montón de basura. Eso le enervaba la sangre. Rebekah deseaba que su esposo fuera al menos la mitad de atento de lo que era su buen amigo.

La tercera cosa que había notado era que Kendall era realmente una mujer desagradable. No había forma de que le cayera bien y, aunque realmente intentaba acercarse a ella o tener una conversación, por lo menos cordial, no había forma de que ella realmente cambiara su perspectiva respecto a eso. Kendall era, sencillamente, una mujer desagradable y punto.

— Iré al tocador, necesito refrescarme —se disculpó con sutileza, levantándose y caminando hacia el baño de damas.

Llegó y se quitó el saco de piel de los hombros, sintiendo cómo el frío del ambiente la golpeaba de forma que su cuerpo entero se lo agradecía. Se sentía calurosa, tambaleante y ligeramente baja de presión debido a las altas temperaturas y su cuerpo demasiado caliente para soportar una hora más en ese caluroso abrigo.

Tomó dos servilletas de papel y, aunque consideró que la idea era poco elegante, se llevó ambos trozos a las axilas, esperando que no estuviera apestando en aquel vestido de cientos de dólares, que al final de cuentas había sido una mala elección. Todo había sido una mala elección.

Suspiró y tiró el papel, tomando agua entre sus manos y refrescando su nuca, así también como su frente, aprovechando para colocarse su característico aroma a pimienta y rosas, justo antes de que la puerta se moviera y la figura alta y elegante de Harry se hiciera visible frente a ella.

— Es el de damas —mencionó con una risa, señalando la puerta, haciéndole ver la pequeña estatuilla que asignaba el sexo del baño. Sin embargo, no pareció importarle.

— Lo sé —respondió él, cerrando la puerta detrás suyo—. Quería ver cómo estabas. No te veías bien ahí afuera —mencionó y fue hacia ella, demasiado cerca para comprobar su estado, inquiriendo con sus ojos verdes.

— Estoy bien, Harry, no te preocupes. Solo es un poco de calor, eso es todo —mencionó, dando un paso hacia atrás, porque una mujer casada no debería estar así de cerca de nadie. Porque una mujer casada no debería sentirse de aquella forma con el mejor amigo de su esposo.

— Casi te vi tambaleando cuando te fuiste de la mesa, Rebekah —él se veía molesto, con su ceño fruncido y sus hombros rígidos, los cuales ella quiso acariciar para relajar, pero no se lo permitió.

— Solo es calor. Deberías irte, puede entrar cualquier persona y pensarán cualquier cosa. A Cipriano no le gustará en absoluto la idea —murmuró, observando hacia la puerta detrás del empresario, como si pudieran entrar en cualquier minuto.

— Soy el jefe, ¿quién dirá algo? —se cruzó de brazos, apoyándose en la mesada del baño. Su cuerpo comenzaba a relajarse, lo que hizo que Rebekah se pusiera más nerviosa. Aquello era ridículo.

Él lucía como un modelo de perfumes caros. Su traje se ajustaba en las partes correctas y su cabello se había quedado en unos suaves y delicados rizos peinados hacia atrás, excepto ese único que estaba llamándola para ser acomodado entre sus dedos.

— Eres el jefe y mi esposo es tu socio. ¿Quién no diría algo? —se cruzó de brazos también, pero estaba allí, parada frente a él sin mover un solo pie hacia la salida.

— Quien quiera mantener el trabajo —dijo simplemente y ella quiso golpearlo por lucir tan tranquilo, pero claro, él no sentía lo que ella sentía cuando estaban solos.

Eran pocas veces y Rebekah podía contarlas con los dedos de una mano, pero también podía detallarlas con lujo de detalles, como si pudiera revivirlas en su mente una y otra vez.

— Estoy bien. Solo debo aguantar unas horas más hasta el brindis y me podré quitar este vestido —mencionó, pasando las manos por su vestido como si fuera un trapo sucio y despreciable.

Harry la observó de pies a cabeza y en su mente brilló la última frase. Quitárselo no parecía una mala idea. El vestido se pegaba tan perfectamente a sus curvas que podía imaginarse perfectamente cada centímetro de piel, incluso aquella que estaba tapada.

— Quítatelo —dijo, de pronto, sin filtrar el hilo conductor de su cerebro y su lengua. Observó el pánico en el rostro de su amiga y actuó rápido, tanto como pudo—. El abrigo. Deberías quitártelo o vas a morir hervida en tus propios jugos.

Él se odió. Jamás había tenido esos pensamientos con Rebekah.

«¿En qué diablos estoy pensando?», se exhortó y volvió de su ensoñación, acomodándose el traje y levantándose de la encimera, caminando hacia la puerta con elegancia propia. Sostuvo el picaporte y entonces se giró, observándola por encima de su hombro y dejándola atrás, junto a todos los pensamientos que lo arrollaron.

— En serio, deberías quitártelo. Además, te ves increíble esta noche.

illicit affairs | Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora