El vestido blanco se ajustaba a su piel como lo haría un guante de seda hecho a la medida. Aunque creyó que jamás podría utilizar aquel vestido bajo la autorización de su esposo, la idea de él dejándolo en su vestidor había hecho que la esperanza en su cuerpo le diera la dosis de adrenalina necesaria para atreverse a usarlo.
No era transparente ni demasiado corto; de hecho, casi llegaba a sus pantorrillas, permitiéndole caminar perfectamente en sus tacones. Así que creyó que quizás aquella sería la pieza perfecta para la idea que tenía en mente.
Tomó su bolso entre los dedos con más fuerza y afirmó la cesta de comida que traía en la otra mano, mientras observaba las luces del tablero del ascensor encenderse a medida que subía de piso en piso hacia la planta más alta de toda la empresa, donde se encontraban las oficinas gerenciales, la de su esposo y, por supuesto, la de Harry.
Sus tacones hicieron eco sobre el suelo y, mientras se dirigía hacia la oficina que pocas veces visitaba, pudo notar que la puerta estaba entreabierta. Con un pequeño empujón, verificó que su esposo no se encontraba allí. Caminó hacia la oficina de la secretaria y notó que ella tampoco estaba, por lo que rápidamente predijo que aquel había sido un mal día para una visita sorpresa. Su esposo estaba en una reunión.
Suspiró y dejó la canasta sobre la mesa de la recepcionista, buscando en su celular la aplicación que le ayudaría a encontrar un auto para volver a casa.
¿Debería conseguir una licencia?
El pensamiento se vio interrumpido cuando, frente a sus ojos, la figura de su amigo apareció, aunque él casi no reparó en ella, mirando unos papeles que llevaba en su mano como si tuviera allí la respuesta a todas las preguntas de la humanidad.
— Hola —, se atrevió a alzar la voz, solo unos grados más de lo habitual, haciendo que Harry se frenara y girara hacia ella, abriendo los ojos de manera que pareció estar viendo un fantasma.
— ¿Rebekah? —, preguntó, y la vio tragar saliva mientras caminaba hacia ella, repasando con sus ojos de arriba a abajo la estructura de la castaña. — Qué placer verte aquí.
— Lamento venir sin avisar, quería darle una sorpresa a Cipriano, pero aparentemente fue una mala idea —, respondió, besando dos veces su rostro, una en cada mejilla. — ¿Tienes idea de si vuelve pronto? Preparé unos bocadillos que quizá le gusten.
— ¿Preparaste bocadillos? —, los ojos de Harry parecieron encenderse y entonces la mujer sonrió, asintiendo suavemente a su pregunta. — Tengo entendido que tenía una reunión importante y almorzaría allí. Sin embargo... —, el hombre dejó la palabra en la punta de su lengua.
— Sin embargo —, Rebekah repitió, incentivándolo a continuar, y él rió, casi como si la idea en su cabeza lo divirtiera.
— Yo no he almorzado y, de hecho, necesito una mano. Veo que tienes dos. ¿Crees que puedes acompañarme a almorzar? Necesito una asistente, al menos por hoy —, le comentó, rascándose ligeramente la nuca, mientras achicaba uno de sus preciosos ojos, como si estuviera a punto de jugarse el último billete a la fortuna.
— Yo... —, ella se miró a sí misma y luego la canasta; y entonces creyó que, aunque los planes no habían sido exactamente como había deseado, al menos la comida no se desperdiciaría y tendría algo para hacer. — Me encantaría ayudarte, Harry. Por supuesto.
El empresario le tomó las manos y las besó con dulzura, antes de tomar la canasta e invitarla a seguirlo, caminando con un paso energético hacia lo que Rebekah creía que era su oficina. Una vez dentro, el hombre dejó la canasta en el escritorio y luego tiró el asiento para ella, esperando que tomara asiento mientras la veía caminar en aquel vestido casi pegado a la piel, haciéndolo transpirar más de lo debido.
Necesitaba encender el aire acondicionado.
— No creí que usarías el vestido que te dejé, sin embargo, se te ve fantástico —, mencionó cuando ella estaba sentada, de espaldas a él, y Rebekah casi pudo sentir la piel de su nuca erizarse ante la sola presencia del hombre detrás suyo, diciendo las palabras que tanto había esperado, pero de su esposo.
— Muchas gracias, creí que sería lindo sorprender a mi esposo, pero fui sorprendida yo, en su lugar —, ella evitó decir la razón por la cual había sido sorprendida. Decidió callarse y comerse las palabras que posiblemente la avergonzarían frente a él, el británico.
Una vez más se había estado ilusionando con la idea de un esposo detallista. Había sido demasiado estúpida.
— Dime en qué puedo ayudarte —, mencionó ella, y entonces vio a Harry desabrochándose el saco de vestir justo antes de sentarse en su imponente oficina, frente al enorme ventanal que mostraba a sus espaldas toda la ciudad que el hombre podría tener en sus manos si quisiera.
En ocasiones olvidaba que su buen amigo era uno de los empresarios más ricos de toda Gran Bretaña.
— No será difícil para ti. Es más, sé que estás sobrada para el puesto.
— ¿El puesto? Creí que sería solo un día —, ella sonrió nerviosa, mientras se removía suavemente en el asiento de cuero y comenzaba a sacar el almuerzo que había preparado para su esposo.
— Bueno, por supuesto, pero si quisieras podrías quedarte. Cipriano me ha comentado que has estado buscando actividades para hacer. ¿No crees que esta sea una buena experiencia? —, Harry mencionó, quitando a un lado la laptop que traía y recibiendo los tenedores y el pequeño plato que su amiga castaña le ofrecía.
— Yo... sí, supongo. Aunque no sé si él estará de acuerdo con esto, el tenerme en la oficina con él.
— Estarás conmigo, Reb, no tienes por qué pensar en ello. Piensa en esto como una oportunidad para ejercer tu carrera. Recuerdo que cuando estudiábamos juntos eras incluso mejor que yo en clase. Es más, podría dejarte mi empresa por completo y sé que estarías en perfectas condiciones. Esto es solo un pequeño favor hasta que encuentre a alguien. ¿Puedes ayudarme? Como una amiga... ¿por favor?
Ella recordó las duras palabras que le había dado hacía unos días en el invernadero y la culpa se hizo dueña de su estómago, incluso más que la incertidumbre de pensar que su esposo, quizá (y muy probablemente), no estaría de acuerdo.
— El tiempo que lo necesites —, susurró, y él lo celebró, dando un aplauso que incluso la hizo reír por primera vez en varios días.
— Entonces vamos a comer, mientras te lo explico. Estoy hambriento y estoy seguro de que esto estará delicioso. Seré la envidia de Cipriano en cuanto regrese.
Ella quiso decirle que lo dudaba, sin embargo, solo sonrió y asintió, sirviéndole las pequeñas tartaletas que había preparado, mientras observaba cómo él sacaba una segunda laptop y se la entregaba, junto con una enorme agenda y varios informes, que dejó a la mujer boquiabierta.
— Esto es demasiado para un solo día —, ella murmuró por lo bajo, mientras tomaba entre sus curiosas manos las carpetas con enormes folios y la agenda que parecía estar desacomodadamente garabateada en las últimas fechas. — Harry, esto es un desastre —, murmuró, tomando una porción y llevándosela a los labios, pasando entre las páginas con estupefacta atención.
— Lo siento, soy un desastre para organizarme y tu esposo se negó a prestarme su secretaria, así que tendré que robarme a su esposa —, ella se atragantó con aquella última línea y el carcajeo tan alto que le fue imposible no contagiarse.
— Definitivamente esto es un desastre —, susurró, y luego tomó un bolígrafo, limpiándose la boca con una servilleta, mientras comenzaba a acomodar los horarios desastrosos de las próximas reuniones.
— Y esto está delicioso. ¿Vas a cocinarme todos los días? —, preguntó, y ella alzó la vista hacia él, mientras se devoraba la tarta de verduras, utilizando sus dedos y manteniendo los ojos cerrados como si fuera el manjar más delicioso que hubiera probado.
— Lo pensaré, pero primero necesito que me ayudes a entender qué es esto —, murmuró, alzando la libreta y mostrándosela, justo en donde Harry tenía una cita.
— Es la cita para un joyero. Voy a pedirle matrimonio a Kendall.
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illicit affairs | Harry Styles
Fiksi PenggemarNo me llames infantil, no me llames bebe. Mira este desastre en el que me haz convertido. Me mostraste colores que sabes no puedo ver con nadie más. No me llames infantil, no me llames bebe. Mira esta maldita idiota en la que me convertiste. Me en...