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La tempestad dentro de aquella habitación ha terminado; sin embargo, afuera parece que el clima ha estado pronosticando algo completamente opuesto. Pero por primera vez, a ambos no les interesa. La lluvia golpea con fuerza la gran fortaleza que Cipriano ha preparado para la princesa, quien camina desnuda y descalza por los pasillos mientras el caballero descansa luego de haberle hecho el amor, por tercera vez.

Se siente calma, una quietud que siempre ha asociado con el ojo del huracán o el segundo de silencio antes de que caiga la primera gota de tormenta. Sin embargo, afuera, la lluvia lleva cayendo al menos dos horas, y eso no hace más que llenar el silencio de la casa con una suave paz.

Abre la puerta del atelier y, mientras intenta sujetar la sábana que cubre su desnudez, se adentra al mundo al que siempre ha pertenecido. Los colores la atraen particularmente esa tarde vestida de mañana, y mientras pasa las yemas de los dedos por el lienzo a medio pintar y nota su sequedad, se pregunta cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que ha dedicado un momento así allí.

Se sienta en su banquillo y abre sus piernas a cada lado del caballete. Probablemente la sábana blanca se verá manchada prontamente, pero no es lo que tiene en mente mientras toma sus pinceles y los sumerge en un agua particularmente verdosa en la mesa contigua a su zona de trabajo. Baja el lienzo en colores verdes y azules y lo deja contra la pila de trabajos terminados, tomando uno completamente blanco. La imagen de la lluvia cayendo sobre su invernadero repleto de flores resguardadas la cautiva. La escena, aunque podría ser deprimente, por primera vez le parece sorprendentemente maravillosa. Así que, aunque normalmente comienza con una triste y penosa lluvia gris, toma una vez más el color verde, rosa, amarillo y azul, y empieza a pintar acuarelas, disfrutando la paz de estar en lo que, por primera vez, parece ser su hogar.

No sabe cuánto tiempo ha pasado sumergida en colores y pinceles; sin embargo, el suave sonido de la bisagra hace que despierte sus sentidos dormidos. Gira su rostro por encima de su hombro desnudo, observando la imagen de Harry, algo dormido. Puede verlo sonriendo mientras apoya su hombro en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados y una apariencia que a Rebekah le recuerda por qué siempre ha suspirado por él.

Una vez creyó que nada le quedaría mejor que un traje; sin embargo, verlo allí, tan solo con una prenda cubriendo su desnudez, hace que se retracte de cualquier pensamiento anterior.

— Así que, aquí estabas — murmura, con su voz provocando la completa erección de la piel de la mujer. — ¿Te escondes?

— No, no me escondo — susurra, volviendo su vista al frente, donde la pintura está casi terminada. Remoja el pincel y, una vez más, se acerca con el color amarillo para detallar las flores, notando cómo Harry comienza a llenar el lugar, casi como si las paredes se marcaran con su presencia.

Sabe que él está observando sus cuadros. Es la primera vez que alguien que no es ella está allí. Ni siquiera Cipriano se atrevía a pasar más allá de la puerta cuando iba a buscarla porque se había quedado dormida. Sin embargo, el hombre, que ahora levanta un pequeño lienzo ante sus ojos, parece romper todas las estructuras, y eso le encanta.

Aunque él está allí, rondando, ella no ha dejado de pintar. Escucha el sonido de sus pasos descalzos y su respiración lenta acompañando la lluvia que sigue cayendo sobre el paisaje que ha inspirado su nueva obra. Él no quiere romper la atmósfera tanto como ella, así que, cuando toma una silla que ha estado allí juntando polvo y la coloca justo detrás de la mujer, intenta no rechinar el suelo al moverla hacia allí. Se aproxima a ella y deja un beso suave y ligero en su hombro, regalándole su presencia y una sonrisa. No ha pasado más de unas horas y ya extraña la suavidad enfermiza de su piel, así que, aunque Rebekah continúa pintando, el hombre deja un camino de besos desnudos por su espalda, llevando las yemas de sus dedos a las sábanas para deslizarla hacia abajo, agrupándose en sus caderas y regalándole la vista completa de sus galaxias de lunares.

Ella está haciendo arte, pero parece más una escultura a alguna diosa olvidada, porque puede ver cómo pudiera ser la musa de Miguel Ángel, con su piel desnuda y aquel retazo de tela olvidada cubriendo solo lo necesario debajo de su abdomen y las curvas que él mismo ha explorado sin cansancio.

— Me estás distrayendo — susurra la mujer, aunque toma su cabello castaño y lo hace a un lado, tapando uno de sus pechos desnudos mientras él se hace dueño de su espalda. Él sonríe en su piel y continúa el camino de besos hasta su cuello, enterrando su nariz allí y disfrutando del aroma que siempre ha tenido que obtener desde lo lejos. Es fascinante, casi como ella.

— No es mi intención, lo siento — susurra, pasando sus manos por sus caderas y sus piernas, acomodándola más cerca para pegar su espalda a su pecho mientras apoya su mentón en su hombro, observando a través de este la obra. — Es preciosa.

— Aún no está terminada — continúan en murmullos, mientras el hombre encuentra el camino a su piel entre las sábanas que ahora solo cubren sus caderas. Desliza sus dedos entre sus muslos y ella puede sentir la tensión creciente en su abdomen bajo. — Harry — advierte, y él sonríe, escondiendo su rostro en la mandíbula femenina, besándola allí mientras sus dedos dibujan en un lenguaje secreto en la piel sensible de su muslo.

Rebekah casi no respira, mientras su pincel se desliza por el fresco lienzo, pero casi puede creer que él ha escrito "mía" en sus muslos, y aquello ha frenado cualquier calma. Una revolución de mariposas parece hacerse cargo de su cuerpo mientras él continúa acariciándola.

— ¿Volverás a la cama? — pregunta el hombre, mientras desliza sus dedos suavemente en su entrepierna, haciendo que un suspiro involuntario se escape de su boca hinchada por los besos. Eso parece ser lo que él necesita para separar más sus piernas y adentrar sus dedos allí, comenzando a estimularla con un toque sutil y elegante mientras él permanece a su espalda. — ¿No vas a pintar? — El chupa suavemente la piel sensible debajo de su oreja y pierde por completo la estabilidad de su creatividad artística, pero con aquel tono de voz infalible sabe que no va a continuar si ella no sigue.

Asiste torpemente y con manos temblorosas toma el pincel para remojarlo, dejándolo allí y cambiándolo por uno más grueso. No es momento de hacer detalles. Desliza las cerdas del pincel por el verde oscuro y comienza a oscurecer las sombras de la pintura, intentando no hacer un trazo que arruinara por completo el trabajo minucioso que ha hecho.

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⏰ Última actualización: 7 days ago ⏰

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