X

227 37 13
                                        

Con el pasar del tiempo había ido dejando de lado la costumbre de visitar el cementerio en el que estaba enterrada su madre, y no es que no lo tuviera en mente, pero su trabajo apenas sí se lo permitía. Cuando aún era joven y el dolor aún estaba a flor de piel, podía pasar días enteros sentado en la sepultura de la mujer que le dio la vida, observando detalladamente la fotografía que acompañaba su recuerdo y las flores que él solía acomodar. Los primeros años fueron los peores, iba cada día después del trabajo, sólo para sentirse un poco más acompañado mientras el personal del cementerio ya lo tenía fichado como un loco, pero a él no le importaba demasiado. No quería olvidar a su madre, no quería que se convirtiera sólo en un montón de huesos con dos metros de tierra encima.

Ya habían pasado catorce años desde que la había perdido, con el tiempo se había encargado de renovar su sepultura y dejarla digna para ella; ahora estaba recubierta en mármol, con su nombre inscrito en plata mientras que un Cristo crucificado descansaba con gracia sobre la fotografía de lo que alguna vez había sido Marie Crowley. Como siempre lo hacía, se encargó de limpiar la tumba de aquellas hojas que el viento podría llevar consigo y se quedaban atoradas ahí, limpió el polvo y la fotografía, acomodó muy bien los claveles rojos que le había llevado en esa ocasión y finalmente se dedicó a descansar a sus pies, observando la imagen sonriente de su madre.

"Me pregunto si eres tú la que mueve todos los hilos allá arriba para que todo se desenvuelva como lo hace." Comentó con diversión, no siendo ajeno a aquella conversación unilateral en la que sólo él se comunicaba, pues sus palabras sólo eran dirigidas al recuerdo de su madre. "Después de todo... Aziraphel te encantó en cuanto fue esa primera vez a casa ¿No? Los siguientes cuatro años de universidad me seguías preguntando cómo estaba él, y yo lo único que hacía era evitarlo." Soltó una suave risita, como si se burlara de sí mismo a la par que recargaba su mentón sobre una de sus rodillas. "Me gustaría saber como te sentirías con respecto a esto."

Él se encontraba con su cabeza apoyada en el regazo de su madre mientras que ella acariciaba su lacio y cobrizo cabello a la par que leía; hacía un rato que había vuelto de la escuela y un adolescente de quince años no tenía mucho que hacer cuando no tenía amigos y sólo le gustaba pasar tiempo con su progenitora. Aún faltaban un par de años para que a Marie le diagnosticaran aquella enfermedad que acabaría lentamente con su vida.

Hacía un par de meses que se encontraba indeciso consigo mismo, o más bien, algo incómodo. Pasaba largas horas por la noche antes de dormir o en la mañana antes de irse a la escuela, viéndose al espejo para ver si es que algo había cambiado en él... Su cabello estaba un poco más largo, estaba más delgado y casi ya no usaba sus anteojos, pero por más que observaba, parecía no ser aquello lo que le molestaba, sino, era como había comenzado a ver a todos esos chicos en la escuela, sobretodo aquellos que ya tenían novias. Más de una vez se había encontrado a sí mismo deseando ser una de esas chicas entre los brazos de sus compañeros, o fantaseando con pertenecer al equipo de rugby para poder estar con otros adolescentes de su edad en los camerines y bromear de forma brusca, y tocarse entre ellos si era posible.

La primera conclusión que sacó fue que estaba convirtiéndose en un pervertido.

Pero su única hipótesis había sido completamente deshechada cuando notó como era que su estómago se retorcía cuando cruzaba miradas con algún chico de su secundaria o cuando sentía aquellos roces inconscientes de alguno de sus compañeros que pertenecían a su club de lectura. Intentó reprimirse, pero más de una vez terminó vomitando en el baño de la escuela por el sólo hecho de pensar en que alguien como él podría sentir algo como eso, sobretodo, porque sabía lo que le hacían a otras personas que también se sentían así. Muchas veces había visto como molestaban a chicos algo más delicados, eran los favoritos de los brabucones, escribían notas violentas y usualmente siempre tenían los ojos morados por las golpizas... ¿Si sentía un hormigueo recorriendo todo su cuerpo cada vez que se imaginaba a sí mismo entre los brazos de algún muchacho también correría esa suerte?

Ultima Ratio [Aziracrow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora