VIII

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Faltaba poco para que la investigación terminara, y eso significaba que faltaba poco para dejar de verlo luego del trabajo para que lo ayudara con su investigación. Era un alivio, sentía que ya no podía verlo sin sentir su corazón latir con fuerza, no podía ignorar las corrientes eléctricas que corrían por su cuerpo al rozar descuidado de sus manos, ya no soportaba encontrarse a sí mismo viendo sus pomposos labios mientras hablaban del caso que les acontecía, ya no quería aguantar el impulso de marearse si sentía su aroma cerca. Creía que lo peor era que el rubio se daba cuenta de lo que estaba creando en él, y sacaba provecho de aquello... Por eso lo odiaba tanto ¿Por qué lo había buscado en primer lugar? Hacía dos años que no le había visto la cara, ya habían pasado dos años de que había admitido a viva voz que lo detestaba luego de haber arruinado su investigación frente al tribunal... Dos años desde que el rubio le había pedido que no lo buscara más si decía detestarlo como lo hacía.

Se encontraba en la tranquilidad de su casa, repasando las últimos detalles de la línea investigativa que el ministerio público había logrado hacer lo suficientemente factible para que no fuera fácilmente derrumbada ante el tribunal. Parecía que un aguacero caía sobre Londres, y la verdad, es que le gustaba el ruido de los truenos cayendo sobre sus cabezas, como si así le dijeran que luego de todo ese enredo de emociones que había en su pecho desaparecería en cuanto la tormenta pasara. Su trabajo no le daba tiempo para pensar en cosas como el amor, y él no estaría dispuesto a sacrificarse por lo que su corazón sentía, menos si todo aquello iba dirigido hacia una persona en específico. Prefería suprimirlo aunque le costara la vida.

Observó extrañado el reloj que se encontraba en la pared contraria, al escuchar como era que el timbre de su puerta sonaba, era casi la media noche y él no esperaba a nadie. Se levantó con sigilo del sofá, llendo de inmediato a la mirilla de la entrada de su hogar en vez del picaporte; estuvo a punto de ahogarse con su propia saliva al poder divisar de quién se trataba, como si lo hubiera llamado con el pensamiento, como si los truenos le hubieran maldecido con su presencia. Abrió la puerta, notando de inmediato como era que Aziraphel parecía desesperado; su respiración estaba agitada, estaba completamente mojado a causa de la lluvia, sus rizos desprendían pequeñas gotas de agua y sus manos estaban hechas puño, cayendo en los costados de su cuerpo.

"Ya no puedo soportarlo más, Crowley." Fue lo primero que dijo, con la mirada pegada al suelo. "No puedo ignorar lo que has hecho conmigo y siento..." Sus palabras se cortaron, como si necesitara buscar valor dentro de sí mismo o tal vez, para buscarlo en los ojos de la persona que la hacía sentir esa angustia. Sus luceros al fin se habían encontrado con la sorpresa de esos faroles corol ámbar. Las lágrimas pasaban inadvertidas por culpa de la lluvia. "...siento que no sobreviviré si no vuelvo a verte luego de que la investigación termine." Aziraphel parecía temblar por sus propias palabras, como si no creyera que salieran de su boca. "No quiero dejar de sentir lo que siento cada vez que te veo, ya no puedo ignorar las ganas de to..."

Sus lamentos fueron bruscamente interrumpidos por los labios del fiscal sobre los suyos, robándole el aire y la poca fuerza de voluntad que aún tenía para resistirse a él. Los impulsos al fin habían ganado. A Crowley no le importó si mojaba su ropa al haberlo atraído más a su cuerpo, no le importó que su suelo se mojara, todo dejaba de importar mientras parecía comer de la boca de su incansable amor. Lo único que fueron capaces de escuchar fue la puerta cerrarse a sus espaldas, mientras que sus inquietas manos no sabían desde donde sujetarse ¿Sus caras, sus cinturas, sus brazos o sus piernas? No sabían que tocar, dónde tocar, que saborear, que probar... Parecían perdidos en la boca del otro, viviendo el mejor de sus sueños o la peor de sus pesadillas.

Se desvanecían entre los brazos del contrario, y de pronto, la ropa comenzaba a molestar. Querían tocar, querían apretar, querían morder si es que era necesario... Si alguien como Nikola Tesla se hubiera encontrado en ese lugar, presenciando lo que el destino les entregaba, hubiera quemado todas sus extenuantes teorías sobre electricidad y campos magnéticos ¿Quién necesitaría máquinas para aquello cuando parecía que podía obtenerse del amor que se entregaban dos cuerpos? La fuerza de su beso podría haber sido la perdición de cualquier físico, la evolución de sus movimientos la de un biólogo, y las reacciones de sus cuerpos la ruina del mejor de los químicos... Pero lo que pasaba en esa habitación estaba siendo la mejor de las ideas de un literato, la rima que producía satisfacción en cualquier poeta, el acorde que lanzaba a la fama al peor músico.

Ultima Ratio [Aziracrow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora