XXII

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Sacudió su mano abierta de arriba hacia abajo para deshacerse del dolor que se había colado en sus nudillos luego de haber golpeado en el rostro al periodista que se había atrevido a hacer esa suposición. Sintió las manos de Beelzebub sobre su hombro, deteniéndolo por si se atrevía a hacer algo más, sin embargo, aquello no estaba en sus planes. Podía ver la cara de asombro de los otros reporteros al rededor de él, las cámaras enfocándolo mientras intentaba recuperar la compostura ¿Pero quién podría culparlo? ¿Quién se atrevería a juzgarlo? Las cámaras se apagaron, los micrófonos se guardaron y las grabadoras se detuvieron. El hombre que había golpeado le observaba con ojos culposos, mientras que cubría su nariz con una de sus manos para terminar el sangrado, que ya escapaba del borde de sus dedos.

"Lo siento, fiscal." Susurró el periodista que se había visto afectado por el golpe. En estado de shock. "Fue..."

"¿Cómo te sentirías si tu novia o esposa desapareciera y yo te preguntara por la posibilidad de que estuviera muerta?" Preguntó con dolor en su pecho y su voz temblorosa, lágrimas se acumulaban en sus ojos. "¿Cómo se sentirían si la persona que aman desaparece de pronto y les preguntara por la gran probabilidad de que esté muerta?" Esa vez se había dirigido a todos los que se encontraban en frente de él, como si ya no pudiera soportar que todos lo observaran y lo acosaran con preguntas mientras intentaba buscar de todas las formas posibles a su amor.

Aquello había sido suficiente para él, misma razón por la que se hizo espacio entre todos para dirigirse a su auto, pero a la puerta del copiloto; Beelzebub hace casi cuatro días que no lo dejaba manejar a causa de que se había dormido al volante y había arruinado un par de arbustos de algunas casas vecinas, no había pasado a mayores, pero por precaución ella se ofreció a conducir por él a dónde quisiera y a la hora que lo necesitara, no quería que matara a una persona por error. Nunca lo había visto así, no había dormido más de dos horas por noche desde que Aziraphel había desaparecido, intentando encontrar algo que le dijera dónde estaba, vagando por las calles en auto o a pie para hallar el camino por dónde se lo habían llevado.

Contaba cada minuto, cada hora y cada día que estaba alejado de él sin saber de su paradero. Ya casi no comía, en la semana que pasó había vuelto a fumar, y por las noches su única forma de dormir era imaginando que podía sentir el tacto de las manos de su amor en su cabello. Cuando se sentía desesperado, se encontraba a sí mismo entrometiendose en el lado del closet que tenía la ropa de Aziraphel, poniendo la tela de sus sedosas corbatas bajo la punta de su nariz para poder sentir su aroma y creer que estaba junto a él, en la misma habitación, sin que nada hubiera pasado. Las pocas horas que dormía, las dormía abrazado a su almohada por la costumbre que había desarrollado con el tiempo de enredarse al rededor de su cuerpo mientras la noche pasaba; no podía entrar a su despacho, cuando veía el cepillo de dientes seco del abogado en el vacito del baño le daba náuseas y el libro que había empezado a leer se encontraba abierto boca abajo en la mesita de noche, viéndose incapacitado de cerrarlo para devolverlo a su lugar en la biblioteca, teniendo la esperanza de que Aziraphel volviera para poder terminarlo.

No sabía hace cuanto tiempo había estado leyendo, pero ya casi terminaba su ejemplar de La Condición Humana por Hanna Arendt, y eso que sólo lo había tomado hace un par de horas atrás; dejó el libro en la mesa más cercana, abierto y boca abajo para no perder la página en la que había quedado, levantándose del sofá que había elegido para su lectura de esa tarde, estirándose con algo de esfuerzo. Caminó hasta el jardín trasero de esa casa, sonriendo al encontrarse con Crowley ahí, quién cuidaba de las plantas con delicadeza, limpiando las hojas de a aquellas que se empeñaban por recolectar polvo y regando a esas que más lo necesitaban... Pensaba que podía acostumbrarse a una vida viendo esa escena, le gustaba la idea de poder envejecer junto a alguien que amaba, pese a que en los planes que había hecho aún siendo universitario, su ideal no era vivir más allá de los cincuenta años.

Ultima Ratio [Aziracrow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora