XXIII

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Los pasos que escuchaba eran lejanos, y no sabía si era por su propia conciencia nublada o porque realmente estaban lejos de él. Ya no se sentía capaz de sentir ninguna presencia cerca, tampoco sabía si lo tocaban y mucho menos si es que era de día o de noche. Sentía que estaba volviéndose loco y lo único que lo mantenía levemente cuerdo dentro de todo ese abismo de dolor, locura y muerte era el recuerdo de su amor. Su imaginación estaba trabajando mejor que su cuerpo ante la incomodidad del dolor, sus ojos vendados sólo servían para representar aquellas imágenes a las que se había acostumbrado en la comodidad de su vida: Anthony J. Crowley riendo como nunca lo había hecho, ambos hechos un ovillo de cuatro piernas, cuatro brazos, dos cabezas y dos corazones en el medio de una cama tibia, de la cual aún podía sentir la textura tersa de las sábanas contra su piel.

Estaba delgado, desnutrido. Lo único que entraba a su cuerpo era un vaso de agua al día y un mendrugo de pan cada día por medio. Podía sentir la dislocación de su hombro izquierdo a causa de haber estado colgando del techo por dos días completos y estaba seguro de que las quemaduras hechas por los cigarrillos de Gabriel Archangel se habían infectado pese al cuidado que la muchacha les había dado. Según ella, ya llevaba veinte días ahí, pero el creía que habían pasado meses; la única forma en la que dormía era cuando quedaba inconsciente por las torturas que recibía y despertaba uno o dos días después para ser nuevamente torturado. De pronto no recordaba ninguna ley, ningún precepto de la Carta Magna, no recordaba cuáles libros había leído y cuáles no, sus únicos recuerdos eran los de Crowley; había comenzado a repetirlos en voz alta para no olvidarlos, como si en su mente escribiera un libro dedicado completamente a su amor y devoción por él. Cada vez que lo torturaban, su boca no se detenía de narrar su historia con Anthony, pese a los gritos que escapaban entre sus palabras; todos los días en que tenía la oportunidad de ver a Gabriel le recordaba lo que Crowley le haría cuando lo encontrara.

Se había enterado, por la misma voz de Archangel, que la policía lo había estado siguiendo, sin embargo, no habían logrado dar con el lugar en el que él estaba. Saber que su torturador estaba asustado de lo que podría pasar le daba esperanza entre tanta angustia por lo que podría ser su final; cada día que pasaba, veía a Gabriel más tenso, por eso su estrés era mayor y las órdenes de tortura eran peores para él, pero eso sólo significaba una cosa: pronto estaría muerto a causa del daño y se liberaría de su dolor, o, pronto lo encontrarían y volvería a los brazos de su amor.

"Tú fiscal me está sacando de quicio." Lo escuchó decir, pero él apenas si le puso atención a lo que decía. Creía fielmente que su oído derecho de había reventado por un golpe que había recibido, hacía días que escuchaba un pitido constante. "Es igual o más testarudo que tú."

"¿Por qué crees que me gusta?" Susurró, levantando su rostro, algo desfigurado por la hinchazón que lo acompañaba. "Conoce a un idiota en cuanto lo ve. Le encanta poner a la gente estúpida como tú entre la espada y la pared." Un puño llegó a su boca para callarlo, nunca era el de Gabriel, siempre era el de uno de sus vasallos.

"Comienza a contar tus horas, Fell." Le advirtió con los dientes apretados. "Si sigue tan encima de mis lo único que encontrará de ti serán tus huesos."

Él estaba bien enterado de que Archangel ya no sabía que hacer con él a causa de la presión de la policía. Estaba nervioso, podía notarlo en la forma que caminaba y como era que fumaba un cigarrillo tras otro. Lo torturaba porque sí, porque le gustaba verlo sufrir y además, porque ya no sabía cómo liberarlo sin tener consecuencias. Aziraphel presumía que el día de su muerte estaba cerca, sólo esperaba que no alcanzara a llegar antes de que Crowley lo encontrara... En ese mismo momento podía estar muerto si Gabriel lo quería, pero estaba asustado, si la policía lo estaba siguiendo era porque era un sospechoso y la muerte del abogado junto con la acción de deshacerse de su cuerpo le quitaría tiempo, contactos y de seguro, el equipo que lo seguía estaba al tanto de todo aquello.

Ultima Ratio [Aziracrow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora