XI

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Él esperaba tranquilo a su abuelo, sentado en un monticulo de tierra que daba la impresión de ser una pequeñísima montaña en la que él era un gigante empeñado en destruir todo a su paso. Tarareaba una canción que le habían enseñado en la escuela mientras veía las primeras estrellas de la noche aparecer en el cielo, a él le encantaba el bosque, era uno de sus lugares favoritos luego de la escuela y su cama, que pese a su edad, aún compartía con sus padres; le gustaba el viento frío chocando contra su rostro y desordenando los rizos que adornaban su cabeza y que tanto le costaban a su madre ordenar. Su abuelo lo había dejado sólo hacía un par de minutos porque un animal con su cría se había desviado del resto del piño, dejando que el niño vigilara al resto, con un bastón en su mano, mientras que él iba por la madre con su pequeño corderito.

"Veinte y veintiuno..." Murmuró, contando los animales que estaban enfrente de él, sintiéndose ligeramente orgulloso porque no había olvidado ninguno de los números que había aprendido en la escuela y según su abuelo siempre decía, en casa habían veintitrés ovejas, por lo tanto, sólo faltaban las que el hombre había ido a buscar.

Se levantó con cuidado en su pequeña montaña, con una mano en su cadera y en la otra el bastón que le había dado su abuelo, parándose justo como él lo hacía frente a los animales, intentando imponer respeto ante ellos. Desde donde estaba, más allá de las ovejas, podía ver su casa y las luces de las casas vecinas que estaban a un buen par de metros más allá con respecto a la suya, posiblemente ahí estaría su madre y padre preparando la cena para cuando ellos volvieran. Hacía un poco de frío, pero no importaba mucho porque a él le gustaba ayudar a su abuelo, siempre lo hacía desde que había aprendido a caminar y más de una vez él le había dicho que en algún momento todo eso sería suyo, y luego de sus hijos y después de sus nietos; a Cristopher eso le ponía feliz, lo único que quería era tener un montón de animales, justo como el padre de su mamá.

Su abuelo era una de sus personas favoritas en el mundo.

"¿Papa?" Preguntó en voz alta con una sonrisa en sus labios al ver como era que los arbustos se movían en la misma dirección en que su abuelo se había marchado, llamando al hombre con aquel gracioso apodo que él mismo se había ingeniado para el anciano. "¿Encontraste a veintidós y veintitrés?" Al no recibir respuesta, su ceño se frunció apenas un poco y así se dispuso a ir por él, sabiendo lo travieso que Papa era. "¡Ya te escuché, Papa!" Exclamó con diversión, adentrándose más al bosque.

Todo ocurrió en cuestión de segundos.

No hubo un grito de ayuda, los animales no se movieron de sus lugares, los grillos seguían cantando y las estrellas seguían apareciendo en el cielo. Hubo un pequeño alboroto en la oscuridad que no logró espantar a las las ovejas, pero nadie notó cuando el niño de pronto se perdió entre los árboles, siendo atrapado por unos enormes brazos desconocidos, con una mano cubriendo su boca para que no gritara y una venda en sus ojos para que no supiera donde estaba. Las luces de su hogar, en donde su madre lo esperaba con la cena, aún eran visibles mientras los hombres se alejaban y el ruido de las casas vecinas seguía tan inmutable cómo siempre. Si su abuelo se hubiera tardado menos de dos minutos en haber encontrado a veintidós y veintitrés, nada de eso hubiera ocurrido, sus raptores no hubieran tenido la oportunidad de llamar su atención y luego alejarse.

"¡Las encontré!" De pronto sonó la voz de Arthur Williams, alegre por no haber perdido a esa oveja con su corderito. "¿Cristopher?" Preguntó acercándose en donde estaban el resto de sus ovejas, viendo el monticulo de tierra abandonado, y un par de metros más allá, el bastón que le había dado a su nieto tirado en el suelo. "¿Hijo, dónde estás?" Por más que miraba, su pequeño no daba respuesta y de pronto, el corazón comenzaba a acelerarse, apretándose en su pecho. "¡Cris!" Gritó, espantando a sus ovejas.

Ultima Ratio [Aziracrow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora