16. KIHYUN

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Por la noche, el distrito de los almacenes parecía haber mudado la piel para adoptar una nueva forma. Las chabolas de sus fronteras orientales chisporroteaban de vida, mientras que las calles del propio distrito eran tierra de nadie, ocupadas solo por los guardias en sus puestos y los agentes de la stadwatch patrullando.

Kihyun y Hoseok amarraron su bote en el ancho canal que recorría el centro del distrito y bajaron por el muelle silencioso, manteniéndose cerca de los almacenes y lejos de las farolas que había en los laterales del agua. Pasaron junto a barcazas cargadas de madera y grandes artesas con montañas de carbón. De vez en cuando, veían hombres que trabajaban a la luz de las lámparas, cargando barriles de ron o fardos de algodón. Un cargamento tan valioso no podía quedar desatendido por la noche. Cuando casi habían llegado al Arrecife Dulce, vieron a dos hombres descargando algo de un vagón grande aparcado a un lateral del canal, iluminado por una sola lámpara con un tono azulado.

—Cadáver de luz —susurró Kihyun, y Hoseok se estremeció. Los huesos de luz, hechos con los esqueletos aplastados de los peces de las profundidades, emitían un brillo verde. Pero los cadáveres de luz ardían con otro combustible, una advertencia azul que permitía a la gente identificar las barcazas de los enterradores, cuyo cargamento eran los muertos.

—¿Qué están haciendo los enterradores en el distrito de los almacenes?

—A la gente no le gusta ver cadáveres en las calles o los canales. El distrito de los almacenes está casi desierto por la noche, así que aquí es donde traen los cuerpos. Cuando se pone el sol, los enterradores recogen a los muertos y los traen aquí. Trabajan por turnos, barrio tras barrio. Al amanecer ya se han ido, y también el cargamento.

A la Barcaza del Segador, para quemarlos.

—¿Por qué no construyen un cementerio de verdad? —preguntó Hoseok.

—No hay espacio. Hace mucho tiempo estuvieron hablando de reabrir el Velo Negro, pero cambiaron de idea cuando se extendió la Plaga de la Dama de la Reina. La gente tiene demasiado miedo al contagio. Si tu familia se lo puede permitir, te envían a algún cementerio o camposanto fuera de Ketterdam. Y si no pueden...

—Sin llantos —respondió Hoseok, sombrío.

Sin llantos, sin funerales. Una forma de desear buena suerte. Pero era algo más. Un macabro guiño al hecho de que no habría caros entierros para la gente como ellos, ninguna lápida de mármol para recordar sus nombres, ninguna corona de mirto y rosas.

Kihyun llevó la delantera mientras se acercaban al Arrecife Dulce. Los propios silos eran sobrecogedores, enormes como dioses centinelas, monumentos a la industria adornados con el laurel rojo de Choi.

Pronto todos sabrían lo que representaba ese emblema: cobardía y engaño.

El grupo circular de los silos de Choi estaba rodeado por una alta valla de metal.

—Alambre de espino —observó Hoseok.

—No será un problema.

Lo habían inventado para que el ganado se quedara en sus corrales, pero no sería un desafío para el Espectro.

Ocuparon un lugar de vigilancia detrás de la robusta pared de ladrillos rojos de un almacén y observaron para asegurarse de que la rutina de los guardias no hubiera cambiado. Tal como había dicho Changkyun, los guardias tardaban casi doce minutos exactos en rodear la valla que había alrededor de los silos. Cuando los patrulleros se encontraran en el lado oriental del perímetro, Kihyun tendría unos seis minutos para cruzar la alambrada. En cuanto pasaran al lado occidental, sería demasiado fácil que lo vieran en la cuerda entre los silos, pero en el tejado sería casi imposible verlo.

REINO DE LADRONES - MONSTA XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora