Querido diario,
Los últimos exámenes me salieron tan bien que mamá me ha ampliado un poco el toque de queda y ahora confía más en mí, aunque nunca ha tenido razones para dudar. Siempre me han preocupado las clases, no iba a cambiar por el hecho de tener novio (aunque eso ella todavía no lo sepa).
El fin de semana pasado me tocó ir con papá, así que no pude ver a Ja- Cheol, pero sí a todos mis amigos y les hablé de él durante lo que parecieron horas. De lo especial que me hace sentir. De que sé que jamás me decepcionará. De esa forma tierna que tiene de mirarme y lo paciente que es conmigo. De todo. Porque Ja-Cheol es calma y luz y un montón de sentimientos a los que todavía no me atrevo a ponerles nombre.
Así que este sábado quedé con él a primera hora de la mañana, porque no queríamos perder ni un solo segundo del tiempo que teníamos para estar juntos. Desayunamos café, tostadas y huevos revueltos en un local de comida tradicional cuya terraza acristalada da al puerto de Bannim, y luego Ja-Cheol me dijo que me iba a enseñar parte de su mundo, incluyendo el pueblo donde vive y el pequeño apartamento que tiene alquilado allí.
Y es... muy bonito. El apartamento, quiero decir. Esperaba algo destartalado y caótico, pero no; la decoración es sencilla, típica de cualquier chico que lo último que quiere es complicarse la vida, pero estaba limpio y era muy confortable.
Cocinamos juntos. Ja-Cheol abrió una botella de vino entre risas mientras se iban dorando las verduras salteadas y bailamos por la cocina e hicimos el tonto hasta que, no sé muy bien cómo, terminé tumbado en el suelo, con él encima, al tiempo que la comida seguía chisporroteando en la sartén. Estuvimos besándonos una eternidad, descubriéndonos con los labios y las manos. Ja-Cheol respiró hondo cuando me quitó la camiseta y me vio temblar y sé que pensó que estaba yendo demasiado rápido, porque vi el deseo reprimido en su mirada. Con una lentitud arrolladora, deslizó la boca por mi hombro derecho y bajó hasta la clavícula...
«Por favor, no pares ahora», rogué cuando se contuvo y los besos se tornaron menos apasionados y más dulces.
Él gruñó, indeciso, antes de volver a hundir la lengua en mi boca. Empezó a moverse suavemente contra mí y entendí lo que hacía cuando, a pesar de que ambos seguíamos llevando la ropa puesta, sentí una oleada de deseo atravesarme y volverse poco a poco más intensa. Gemí y me aferré a sus hombros; nunca había sentido nada igual, nada tan arrollador.
Tardé casi cinco minutos en volver a respirar a un ritmo normal. Ja-Cheol no se movió. Nos quedamos allí, en el suelo de la cocina, mirándonos con una sonrisa tonta en los labios. «Será mejor que nos levantemos, porque estoy muerto de hambre», y no supe si lo decía por la comida, o por mí y el deseo más que evidente que todavía brillaba en sus ojos.
Hoseok.