Querido diario,
Como te contaba el otro día, Ja-Cheol llegó de repente, sin buscarlo, y ha sido como si alguien escarbase en el baúl de mi vida y lo revolviese todo. Durante el paseo por el puerto, estuvimos hablando sin parar y, al regresar, me pidió el número de teléfono. ¿Sabes esa sensación rara que te invade cuando crees conocer a alguien desde siempre? Es irracional, pero con Ja-Cheol me sentí así. Había algo cálido en él; desprendía tranquilidad. Cualquiera diría que nuestras almas se han encontrado de nuevo tras muchos años de ausencia. O eso fue lo que aseguró Chan- Bin cuando volví con los chicos un rato después.
Ja-Cheol me llamó dos días más tarde. Estuvimos más de una hora charlando. Volvió a llamar al día siguiente y al siguiente, y, cuando ya empezaba a pensar que nuestra relación sería meramente telefónica, me preguntó si quería quedar con él el sábado por la tarde. Sí que quería,
¡claro que quería! Volvimos a vernos en el puerto de Bannim. El festival había llegado a su fin y el paseo no estaba tan concurrido, así que caminamos por el muelle de madera con tranquilidad. Las montañas se alzaban imponentes en contraste con el agua en calma sobre la que dormitaban los barcos de colores.Ja-Cheol me contó a qué se dedicaba (tiene cuatro años más que yo) y, a cambio, me pidió que le hablase de mis sueños, así que le confesé que mi verdadera pasión es convertirme en veterinario. Siempre he querido serlo. Ya de pequeño rescataba pajaritos heridos y roedores perdidos y salvajes. Papá me ayudaba en la tarea. Eso también se lo conté. Le hablé de él, del divorcio, y de que apenas hacía un año que me había mudado a Bannim con mi madre.
Cuando nos dimos cuenta, habíamos llegado al final del paseo y llevábamos más de dos horas andando. Ya empezaba a anochecer. Nos miramos en silencio y sentí un escalofrío trepando por mi espalda. Ja- Cheol resultaba muy intimidante, no solo por su evidente atractivo, sino por la forma de hablar, sosegada y clara, el tono ronco de su voz, los gestos delicados en alguien con un aspecto tan masculino. Todo él era una especie de contradicción andante que tenía un «algo» cautivador.
«Deberíamos volver», susurré.
«Deberíamos...», dejó la frase a medias y se frotó el mentón con gesto nervioso antes de volver a clavar sus ojos en mí. «Dime que tú también has notado algo raro entre nosotros, porque, yo no creo en este tipo de cosas, pero el otro día, cuando tenías nata en la mejilla y te toqué, fue como...».
«Chispeante», le interrumpí.
«¿Chispeante?», me miró divertido y su sonrisa ladeada me cortó la respiración. Se puso la capucha de la sudadera oscura que vestía y se inclinó hacia mí moviéndose con suavidad: «Más bien, yo diría "arrollador"».
En ese momento no sé qué narices se me pasó por la cabeza (todavía hoy me avergüenzo al recordarlo), porque no pensé en nada y comencé a besarlo. Fue un beso patético, de esos que se dan los niños en preescolar cuando afirman ser novios; corto y casto. Ja-Cheol parpadeó confundido cuando me aparté. Me ardían las mejillas y deseé que se me tragase la tierra.
«Madre mía, ¡lo siento! ¿Crees que podrías resetear tu mente y olvidar lo que acaba de ocurrir? A veces, simplemente... hago cosas raras...».
Ja-Cheol sonrió.
«Me gusta la gente rara».
Y entonces acogió mi rostro entre sus manos y me besó. Me besó de verdad, nada que ver con mi fallido intento. Sus labios eran suaves y acariciaban los míos con una lentitud enloquecedora. Tuve que sujetarme a sus hombros para mantener el equilibrio. Me habían besado antes, pero nunca así, como si todo se redujese a ese instante, a ese roce de nuestras bocas. Temblando, cerré los ojos cuando Ja-Cheol bajó las manos a mis caderas para impulsarme más hacia él y me prometí a mí mismo que recordaría ese instante siempre.
Hoseok