No quiero levantarme de la cama.
Seokjin sigue a mi lado, dormido, con un brazo sobre mi estómago. Sus rasgos son más suaves, no hay tanta tensión en ellos y me gustaría guardar esta imagen en mi memoria. Me muevo intentando no despertarlo, porque se me ha dormido la mano derecha, pero es como un gato al acecho y se agita antes de entreabrir los ojos y fijarlos en mí.
—Lo siento. Necesitaba sacar la mano.
Parece confundido. Observa su propio brazo, el que rodea mi cintura, y lo aparta con suavidad. Bosteza. Sus ojos parecen color avellana esta mañana.
—¿Qué hora es? —pregunta.
—No lo sé. Espera. Tengo que levantarme. Pis —resumo y él se ríe con esa voz algo ronca típica del recién despertar.
Llego hasta el cuarto de baño tiritando. El frío que hace no es normal, nada normal. Cuando termino, me miro en el espejo y encuentro una maraña de pelo negro, piel casi amarilla, con mis lunares y cicatriz y sólo con las mejillas encendidas por culpa del chico que aún está tumbado en la cama. Regreso a la habitación y busco mi ropa deportiva en la maleta. Él sigue entre las mantas, extiende los brazos y vuelve a bostezar. Caos tampoco parece tener demasiadas ganas de levantarse, aunque lo hace en cuanto le sirvo el desayuno en su cuenco de comida. Le acaricio el lomo mientras alzo la mirada hasta Seokjin.
— ¡Qué sorpresa! Nunca habría dicho que eres de los que les cuesta ponerse en pie.
—Odio madrugar —gruñe—. Necesito una ducha.
Se levanta, se mete en el servicio y escucho el ruido que producen las tuberías cuando deja correr el agua caliente. Respiro hondo. Por mi bien, será mejor que deje de imaginármelo desnudo, embadurnado de jabón, bajo una fina lluvia de agua...Ay, mierda. Es tentador.
Media hora después, luego de mi turno en la ducha y tras dar un corto paseo con Caos, entramos en una de las cafeterías más conocidas de la ciudad. Yo pido café y la crepe de Nutella y banana, y Seokjin bebe lo mismo, pero elige la crepe de salmón ahumado, aguacate y miel. La barra de madera oscura cruza el local, que es acogedor. Nos sentamos en una mesa redonda frente a la cristalera que da a la calle. Las aceras están cubiertas de nieve y hielo.
—¿Nervioso?
—Un poco.
Desde que me he levantado no he dejado de pensar en la carrera. Conforme se acerca, mis nervios se incrementan. Supongo que es natural. La sensación me gusta, ese cosquilleo de anticipación, pero, a la vez, me da miedo hacerlo mal. Acuden a mi mente ideas tontas, como qué pasaría si quedase en último lugar, o si algún espectador se burlase de mi forma de correr o si...
—¿En qué estás pensando?
—En nada. Bueno, no, miento. Pienso en todo lo que puede salir mal. Así me hago a la idea, previamente. No sé en qué momento me dejé convencer para empezar a competir, eres muy persuasivo, ¿sabes?
—Persuasivo.
—No aparecerá confeti del cielo solo porque repitas cada palabra que digo. Búscate tus propias palabras. —Me burlo—. Lo haces mucho, lo de hacer hincapié en algo concreto sin venir a cuento.
—Hincapié —dice serio y después prorrumpe en una carcajada. Yo también me río y le lanzo la servilleta de papel que tengo en la mano. Nos tranquilizamos cuando nos sirven los crepes. Tienen un aspecto estupendo y están ardiendo. Bien—. Así que estás barajando todo lo malo que podría suceder, pero, ¿a qué no has hecho el mismo análisis de lo bueno?
—Es lógico, no me importa que lo bueno me sorprenda.
Seokjin corta un trozo de crepe y se lo lleva a la boca. Mastica mientras me mira fijamente, y luego traga y apoya un codo sobre la mesa.