SON COMO ESAS MIGAJAS QUE SE CAEN DE UNA MAGDALENA Y YA NADIE QUIERE
Caos no coopera.
¿Cómo puede un perro ser tan testarudo? No entiendo qué tipo de trauma tiene para comportarse así y no querer usar el arnés, porque sé que no ha pasado por ninguna experiencia trágica: nació en casa de Namjoon, junto a sus hermanos; el dueño, un tal Min-Ho, trajo aquí a la madre cuando estaba en un periodo avanzado de gestación y se la llevó hace un tiempo, en cuanto los cachorros dejaron de mamar y de necesitarla.
Hoy hemos salido a correr, como siempre, y me he llevado el arnés. Me ha dejado ponérselo, aunque no paraba de gimotear y de restregar el hocico contra mis zapatillas. Y luego se ha negado en rotundo a correr. No, no y no. Solo camina, despacito, como si fuese pisando minas.
Respiro sonoramente sin dejar de andar a su lado.
—¿No entiendes que solo quiero demostrarle a los demás que puedes hacerlo? Creen que te pasa algo. —Ladea la cabeza y me mira, como si me entendiese—. Y me encantaría restregárselo por las narices.
Piénsalo, cachorro, ¡sería genial! Tú y yo aliados contra el resto del mundo. Namjoon dijo que eras el más rápido de toda tu camada, pero nadie lo sabrá nunca si no lo demuestras. La vida es así de injusta, ¿sabes?
Me pregunto dónde irá a parar si no conseguimos adiestrarlo. No quiero ni pensarlo; me he encariñado demasiado con él. De hecho, no debería haber dejado que se acercase tanto a mí, pero ahora es demasiado tarde. En el fondo admiro que sea un tanto desobediente, aunque no consigo entender por qué no quiere correr conmigo ahora que lleva el arnés. A mí me encantaría probarlo. Sería algo casi íntimo. Los dos juntos. Los dos unidos trotando y sintiendo los músculos tensos al avanzar y avanzar...
Subimos por el caminito que conduce a la casa de Namjoon. El viento es mucho más frío que cuando llegué aquí hace un mes, y las hojas de algunos árboles han mudado de color. Namjoon está apilando troncos de leña y sonríe al vernos.
—¿Qué tal ha ido el paseo?
—Mal, como siempre.
Libero a Caos del arnés, pero se queda ahí, a mi lado, sin ni siquiera hacer el amago de irse con los demás perros a jugar. Es raro en todos los aspectos. Vivaldi, Bach y el viejo Schubert están tumbados a un par de metros, mirándonos.
—Quédate a comer, prepararé algo caliente. —Percibo el reproche en la voz de Namjoon—. Sigues igual de delgado, pareces un pajarito que se ha caído del nido antes de tiempo, ¿cómo pretendes correr si apenas tienes fuerza?
—Sí que tengo fuerza.
—Está bien. Carga esos troncos.
Mientras se aleja hacia la casa, Namjoon me mira por encima del hombro con un amago de sonrisa asomando a sus labios.
—¡Te vendrá bien para fortalecer esos bracitos enclenques tuyos!
Empiezo a cargar los primeros troncos. Solo hay que ir unos metros más allá, donde Namjoon los ha cortado y dejado desperdigados por el suelo musgoso, recogerlos y trasportarlos hasta el montón apilado contra una pared. Hago una nueva fila, porque no llego hasta los de más arriba.
Caos me sigue de un lado a otro en cada viaje que hago y, conforme pasan los minutos, un par de perros más se ponen en pie, se acercan, y me miran con interés. Creo que uno de ellos es Pamiiyok, porque tiene la cola enroscada.
Cuando ya estoy pensando seriamente en lanzar por los aires el último tronco que acabo de cargar, Namjoon sale por la puerta principal que da al porche y me llama a gritos, avisándome de que la comida está lista.