Querido diario,
El otro día, hablando por teléfono con papá, me preguntó si era feliz y me di cuenta de que sí, soy muy feliz y tengo la suerte de ser consciente de ello y poder valorarlo.
Nunca he sido negativo. Creo que, en parte, porque mis padres me enseñaron a no serlo. Me enseñaron que, frente a un problema, siempre había una o varias soluciones, y que si tropezaba con una roca en el camino, lo único que tenía que hacer era aprender a saltarla o rodearla y seguir siempre hacia delante. Soy de los que piensan que la infancia nos marca, ya sea para bien o para mal, pero no podemos escapar de esos años llenos de aprendizaje. Y yo aprendí a disfrutar de las pequeñas cosas, a sonreír casi todo el tiempo, a intentar sumar y no restar. Sé que, aun así, tengo mis defectos. Creo que a veces soy caprichoso, testarudo y un poco iluso. Me ciego pensando que todo son arcoíris y buenas intenciones, y me olvido de que el mundo no es así.
Y luego está Ja-Cheol...
Nunca pensé que querría tanto a alguien, pero lo miro y tiemblo, me toca y me derrito, y cuando habla... es magnético; todo lo que dice o hace resulta interesante. Hemos llegado al punto en el que acepto que somos muy diferentes, casi contrarios, y a pesar de eso estoy loco por él. Es como si entre ambos compensásemos las debilidades del otro. Yo soy demasiado positivo; él cae a menudo en la negatividad. Yo adoro la carne y Ja-Cheol, el pescado. Yo tomo el café con cuatro de azúcar, él sin nada. Yo me paso el día sonriendo y a veces Ja-Cheol es un pelín cascarrabias. Yo llevo toda la vida deseando casarme; él estaría encantado de no hacerlo...
En realidad, hace días que estoy dándole vueltas a una idea. ¿Y si nos casásemos de un modo diferente? Así sería algo clásico, por mí, y algo alejado de los estereotipos, por él (y porque creo que si le obligo a ponerse un traje y a escribir unos votos le dará un síncope). Podríamos casarnos nosotros solos. Los dos. Sin nadie más. En medio de un glacial cercano, por ejemplo. Bajo las montañas. Aquí, en Pyeongchang. Creo que a Ja-Cheol le gustaría y le haría más feliz que una boda típica.
Podríamos hacerlo durante alguna escapada en la que vengamos a casa, a visitar a la familia y a los amigos, sin planificarlo demasiado.
Ahora que falta poco para marcharnos, no he dejado de mirar alrededor, de caminar por el puerto y alzar la vista hacia las montañas y valorar todo lo que hay aquí. Quizá volvamos. También es una opción. Podríamos regresar dentro de unos años, cuando haya acabado los estudios, y retomar nuestra vida en Pyeongchang.
Podríamos hacer tantas cosas, en realidad...
Eso es lo bueno. Saber que el futuro está en blanco y que tenemos un montón de lápices para pintarlo como queramos, juntos.
Hoseok.