—¡Vamos, dormilón! ¡Arriba!
—¡Eso, despierta, Jimin!
—¿Qué? ¿Qué ocurre? ¿Qué quieren? —Aturdido, se da la vuelta en la cama frotándose los ojos antes de estirarse y procesar que hago junto a su madre y su abuela en su habitación.
—¡Te casas! ¡Sorpresa! —exclama su madre.
—¿De qué estás hablando?
—Jimin, levántate. Ahora. O me veré obligado a tirarte encima un vaso de agua helada. —Alzo la mano con la que sostengo el vaso—. Lo siento, pero tu abuela me ha encomendado esta gratificante tarea. —Me encojo de hombros con resignación.
Me mira como si estuviese loco. Lo entiendo, pobrecito, lo entiendo. La vida a veces es así, imprevisible; todo el tiempo pasan cosas que no hemos planificado y, en muchos casos, se convierten en la pimienta necesaria dentro de la monótona crema sin sal del día a día.
Jimin sigue medio atontado cuando Naaja le repite que debe darse prisa y meterse en la ducha antes de vestirse. Lo cojo de los brazos y lo ayudo a incorporarse en la cama. Me mira como si fuese ese faro que lo salvará de chocar contra las escarpadas rocas. Pero no. No soy ningún faro, eso está claro. Le sonrío.
—¡Feliz día de tu boda!
—¡No, esto no puede estar pasando! Es una broma, ¿verdad? Abuela, ¡dime que no ha sido idea tuya o te juro que...! —nos echamos a reír cuando empieza a balbucear—. Oh, Dios, oh... ¡No puedo creer que esté ocurriendo! ¿Voy a casarme? ¿Hoy? ¿Ahora?
Su madre mira el reloj que cuelga de la pared.
—En unas dos horas, cariño.
No hace falta decir nada más para que Jimin se ponga en pie de un salto mientras suelta maldiciones por lo bajo y su abuela disfruta de lo lindo del espectáculo y ríe entre dientes llevándose una mano a la boca. Se encierra en el baño dando un portazo y lo oímos gritar a través de la puerta.
—Nada mejor para no dar las cosas por sentadas que desbaratar los planes más minuciosos —opina Naaja sonriente—. Vamos, Siqiniq, ayúdame a dejar su traje en la cama para que lo vea en cuanto salga.
Obedezco encantado. Los hombres están colocando fuera el altar tallado en madera con rosas malvas engarzadas, que se alzará en medio de la nieve frente a un camino cubierto de pétalos del mismo color.
Una vez dejo su traje blanco sobre la cama, me ausento un momento con la excusa de ver cómo le van las cosas a Taehyung. Subo a la habitación donde él está y llamo con los nudillos antes de entrar.
Está guapísimo.
El negro del traje contrasta con sus ojos grandes y con el cabello rubio. Está intentando hacerse el nudo de la corbata y parece nervioso. Seokjin está frente a él, diciéndole que debería pasar la tela que tiene en la mano derecha por el hueco entre los otros dos extremos. Se equivoca. Me coloco frente a Taehyung y le quito la corbata.
—Déjame a mí —digo.
—Gracias a Dios. —Expulsa el aire contenido—. Llevamos como once minutos intentándolo. Desactivar una bomba atómica es más sencillo.
Seokjin se ríe a mi espalda y me mira mientras hago un nudo perfecto. Esta es una de aquellas enseñanzas prácticas que Hyuk me regaló en mi adolescencia "para cuando te cases", había dicho. Le sacudo los hombros, aunque apenas tiene una pelusa, y después sonrío y lo abrazo con tal ímpetu que por poco lo ahogo.
—Cielos, ¿de dónde sacas esa fuerza inhumana?
—Las apariencias engañan. Recuerda que me entrena «el general Seokjin», en algo tendría que notarse, ¿no? —comento con una sonrisa—. Ahora hablando en serio, Taehyung, pareces salido de una película. Jimin se va a morir cuando te vea.