Capítulo VI

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Control II

Coriolanus pasó el resto de la noche en vela organizando su siguiente movimiento minusiosamente. Ahora que ya tenía más información solamente tenía que empezar a trazar los posibles caminos que le ayudarían a llegar a su objetivo final: impedir que Tigris y Sejanus se casen. 

Tenía que ser muy preciso, y sabía muy bien por donde empezar.

La mañana llegó más de prisa de lo que esperaba, pero se alegró, por fin podía hacer algo más que pretender estar dormido. 

Salió de su habitación después de darse una nueva ducha, nadie tenía porqué advertir que apenas había pegado un ojo. Sobre todo, porque no quería que pensaran que tenía algo que ver con las pesadillas de su nuevo compañero de hogar. 
La realidad era que no había escuchado más gritos, pero no había podido ser totalmente indiferente al movimiento de las enfermeras en el pasillo. 

Volvió a pensar en la Doctora Gaul y no pudo evitar preguntarse si acaso aquellos líquidos que inyectaban en las venas de Sejanus no eran alguna clase de extraños experimentos que lo mantenían adormecido y ajeno a la realidad. 

Se permitió darle una corta mirada a su habitación a través de la puerta entreabierta, pero ya no lo vio en la cama. Seguro lo habían llevado al salón para el desayuno.

El estomago le reclamó atención cuándo sus pensamientos volvieron al estofado del día anterior, y de repente, como si aquello despertara su sentido del olfato, fue capaz de percibir un aroma que ya hacía conocido: tarta de moras.
Y no cualquier tarta de mora, era la tarta de la señora Plinth.

Bajó las escaleras con una relajación fingida y se preparó para encontrarse a la mujer sentada junto al cuerpo inmóvil de su hijo, pero, en vez de eso, encontró el salón vacío sin ninguna huella de que nadie estuviera a punto de presentarse allí. 
Al cabo de unos segundos de confusión, escuchó las risas suaves que se escapaban de la cocina.

¡Claro que estaban en la cocina! Se trataba de Ma Plinth, la mujer que perdía su tiempo cocinando tartas que solo le ofrecía a los avox que se encargaban de su casa porque carecía de cualquier otra persona que quisiese disfrutar de ellas.
Era tan corriente. Típico de un Plinth. 

Cruzó la puerta que lo separaba del área de servicio e inmediatamente, las dos mujeres allí presentes, se volvieron a mirarle:

—Coryo —Tigris bajó de una de las banquetas colocadas al rededor de la isla de mármol—, que bueno que ya bajaste, el desayuno casi está listo. 

 Intentaba impedir que su mirada se apartase del rostro de su prima porque con su atención no podía hacer lo mismo. La mirada inerte y escalofriante de Sejanus sobre él le erizaba la piel.
Sabía que en realidad no le estaba mirando, ya le había aclarado la chica que eso no era posible, que él no era capaz de hacer más que gritar durante sus pesadillas, pero de cualquier manera, él sentía que le miraba con total seguridad.

—Hola —logró articular con la garganta totalmente seca.
—Coriolanus —la mujer desentonaba totalmente con el resto de los presentes, y no era solamente por su ropa espolvoreada con harina—, que gusto me da volver a verle. 

Intentó sonreírle con una sinceridad bien actuada, pero la verdad, no podía decir que ese había sido su mejor trabajo.

—Señora Plinth.
—Cuanto ha cambiado —sonrió con ternura.
—Bueno, el entrenamiento es duro —se forzó a mantener una charla para no quedarse en silencio porque no se sentía capaz de soportarlo con aquellos ojos sobre él.
—Sí, ya creo que lo es.

Un pequeño timbre agudo interrumpió lo que fuese que ella estaba a punto de decir y la mujer se dio medía vuelta para apagar un pequeño artefacto con forma de gallina. Creía recordar que lo había visto en la cocina de su casa cuándo se pasó a "preguntar por la salud de su amigo"

all the things you stole from me ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora