Epílogo

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Tal vez fue una especie de hilo invisible que me guió a aquel lugar. Quizás la intuición o alguna especie de guía inconsistente que habitaba en mi.
Un impulso al cual atendí su llamado, dejando todo atrás, toda mi vida ya resuelta, y lo que construí alguna vez.
No sabía si era temporal o de verdad planeaba quedarme un buen tiempo en aquel sitio glorioso.

El hecho es que la playa frente a mi era un tesoro natural hermosísimo, algo que solo hubiera visto en películas de ficción. Sus arenas blancas y suaves no alcanzaba a quemar mis pies descalzos, el oleaje que llegaba a la orilla era de un turquesa cristalino, soltando destellos que eran visibles por la luz del sol.

La gente era harta a esas horas de la tarde, aunque mucho menos que la que había hace un par de horas, supongo que querían disfrutar tanto como lo estaba haciendo yo.

Inmerso en mis propios pensamientos volví a sentir una gélida mirada sobre mi, a la cual no quise atender.

Vi cómo poco a poco iban guardando sus pertenencias, y las madres despavoridas iban en busca de sus niños a la orilla para secarlos con brusquedad y quitarles la arena de sus pies descansos.

Me senté en la arena, cuando fui consciente de que el ruido pegadizo de los tambores a unos metros había cesado, y la voz masculina que cantaba en un idioma ilegible para mi se extinguió de golpe, haciéndome mirar por sobre mi hombro hacia donde estaba el grupo musical.
Estaban guardando sus instrumentos adentro de una vieja camioneta roja, riendo mientras se molestaban entre ellos y jugueteaban.

Parecían ser un grupo muy alegre, una vibra tranquila había en ellos. Aquel tumulto de gente hace un par de horas habían captado mi atención, por exactamente ella.

Había pasado toda la tarde disfrutando del precioso panorama, perdiéndome incontablemente en esa extraña.

Una mujer de piel tersa y bronceada, que sonreía abiertamente y parecía darle el toque final a la playa, casi tan linda como ella.

Me concentré en no volver a mirarla, ya me había encontrado haciéndolo cuatro veces, no quería que hubiera una quinta.

Volví mi vista hacia el horizonte, el sol comenzaba poco a poco esconderse, haciendo que la gente apresurara a guardar sus cosas.

Los entendía, la playa estaba bastante escondida, pero aún así, éramos muchos los que habíamos elegido viajar horas para estar ahí.

Una carcajada me hizo volver a sonreír, sabía que era ella riéndose otra vez, aquella alegría y espontaneidad sudaba por sus poros y contagiaba a todo aquel que la viera o en mi caso, escuchara.

Apreté mis labios con fuerza, sacando el sombrero blanco que tenía sobre mi cabello para dejarlo en la arena al lado mío, tratando de evitar volver a echarle un vistazo.

Pero me encontraba siendo patético, a quien engañaba, si fuera por mi, seguiría analizándola.

Simplemente era hipnótica.

—¡Ven acá malvado! —escuché gritar a uno de los músicos tras de mí con voz amistosa.

Los miré solo porque más gente lo había hecho.

Su pequeño hijo o hermano, le había arrebatado el bongo y corría con aquellos tambores en dirección a la orilla, lejos de él.

El niño pasó por mi lado mostrando todos sus dientecitos en una risita cómplice, se le dificultaba correr por su pequeño tamaño.

Sonreí ante tal imagen, antes de que el aire se me fuera por completo de los pulmones y la viera a ella pasar por mi lado.

Su larga cabellera tenía alguno que otro cabello ondulado y castaño en contraste con el resto de su cabello más oscuro, supongo que debido a su exposición continua al sol. El viento jugaba con aquel cabello que me atraía tanto y dejaba que yo pudiera ver el collar de perlas que adornaba su cuello.

𝐸𝑛 𝑡𝑢 𝑝𝑖𝑒𝑙 𝑒𝑠𝑡𝑎𝑏𝑎𝑛 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora