Lucius
No sé cuánto tiempo llevo dando vueltas en la cama, pero sé que ha sido mucho. Me preocupa. No mis horas de sueño claramente, ese tema dejó de ser caso perdido hace años.
Me preocupa ella. Pero sinceramente no sé qué hacer. ¿Debería preguntarle? ¿Debería olvidarme del tema? ¿Estará molesta?
Tocan a la puerta.
—Lucius ¿Estas despierto? —Susurra.
Dudo en responder ¿Qué le digo? Siento unos pasos venir hacia mí y como se agacha cuando ejerce un poco de peso en mi colchón.
—Sé que no te importa, pero...—Duda. —Gracias.
Trago saliva. Vuelvo a dudar. La habitación se queda totalmente en silencio sepulcral. Trago saliva y finalmente me giro para mirarle a los ojos.
No consigo formular la pregunta, pues se aleja asustada soltando un grito que termina siendo casi inaudible cuando se da cuenta de que le he escuchado.
—¿Pero tú no estabas...? Da igual, perdón.
—No, espera.
Pero no funciona, se ha ido casi corriendo despavorida. Mierda, ahora me siento mal, como si la hubiera espantado. Tomo mi edredón nórdico para esconder y suelto un grito silencioso debido a la frustración. Me giro y me quedo mirando al techo cuestionando que hice mal hasta que me quedo profundamente dormido.
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Emily
No he dormido.
Ni una sola hora he dormido.
Me giro a ver el reloj, son casi las seis de la mañana. Es muy temprano para sentir vergüenza. Pero es lo único que siento. Sin pensarlo demasiado voy rápido al baño con el uniforme utilizado ayer en la mano. Ya dentro del baño me retiro la camiseta prestada por Lucius ayer y vuelvo a colocarme el uniforme que traía ayer. Salgo del baño con cuidado de no hacer ruido y voy hacia sofá para colocar el mismo. Finalmente dejo la camiseta doblada sobre el sofá y me dirijo a la puerta.
—Adiós Cenicienta.
Me cago en...
Me giro lentamente y veo a Gaby mirarme con mirada acusatoria. Abro los ojos como platos, no se me ocurre ninguna excusa ahora mismo.
—Eh hola...—Saludo dudosa.
—Que tengas un buen día Emily—Finaliza saliendo de su habitación camino al baño.
Me quedo bloqueada por un segundo, pero finalmente salgo del piso y voy directamente hacia al ascensor. Ya dentro suelto toda mi frustración con un grito.
¿Qué cojones pasó ayer? Me siento mal, siento que la he cagado de todas las formas posibles. Me tapo la cara con las manos. Es que...Dios. A ver, no he hecho nada malo, entonces ¿Por qué siento que sí? Cuando llego a la calle el viento me golpea la cara despertándome del todo. Suspiro agobiada y me dirijo hacia mi casa. Miro el reloj dorado que adorna mi muñeca, tengo exactamente una hora y media para llegar a casa, asearme, cambiarme de ropa, comer algo decente y correr de nuevo a clase. Gracias a dios estamos casi cerca del fin de semana, porque si no siento que me pesaría más el día.
Tras unos 30 minutos caminando finalmente llego frente a la verja de mi casa. Con un poco de astucia, un árbol cercano a la zona lateral de mi casa e impulso aunque al principio me cuesta un poco, consigo saltar la valla. Aunque no todo es bonito, pues me he hecho un raspón en la palma de la mano izquierda, a saber cuando me he hecho eso. Solo recuerdo que ayer por la tarde no tenía eso ahí. Aún un poco extrañada, camino hasta la puerta del servicio para entrar a casa. Cuando la abro poco a poco me doy cuenta de solo Alaia y el señor Jason, quien es nuestro chófer estar despiertos en casa. A pesar de que mis padres suelen madrugar mucho por su tipo de trabajo, no lo hacen tanto como la gente piensa, pues mi madre por ejemplo es dueña de su estudio de arquitectura, aunque si es alguien bastante disciplinada y organizada con el tiempo. Mi padre...es otro rollo en ese sentido.
—Buenas —Saludo en un susurro.
Alaia, quien estaba de espaldas a la puerta se gira para mírame con mirada acusatoria.
—Mira, la desaparecida de la casa. Que tan acostumbrados tienen que estar tus padres a que hagas esto, para que ya ni se molesten en preocuparse— Señala Jason.
—No es cuestión de costumbre, es que ya hace bastante tiempo que perdieron el interés por su propia hija— Respondo sin ganas.
—No digas eso...
—Por una vez le voy a dar la razón— Habla Alaia —A veces pareciera que solo les importa las apariencias y sus carreras— Sentencia metiéndose una rodaja de manzana en la boca.
Jason frunce el labio pensativo.
—Iré a cambiarme.
—Tienes el uniforme limpio y planchado en la cama cielo.
—Gracias Alaia.
Le sonrío con cariño y subo al piso de arriba para prepararme. Con sigilo me meto en mi habitación y tomo las cosas necesarias para asearme. De vuelta en el pasillo cuando ya estoy cerca de entrar en el baño oigo unas voces discutir en voz baja.
— ¿Tú crees que ella sepa que nos vamos a divorciar?
— ¿Cómo lo va a saber Chase? Hace mucho que nos distanciamos, apenas hablamos con ella y es obvio que después de su intento de suicidio no ha vuelto a ser la misma pero yo ya no sé qué hacer con ella— Habla mi madre.
— ¿Ser su madre por ejemplo? Ayer trajiste a un psicólogo sin consultarme y ni siquiera has intentado hablar con ella como lo haría cualquier madre y encima le das tanto miedo que normal que no te cuente nada— Responde mi padre.
— ¿Perdón? ¿Qué me tiene miedo? Ahora irás de padre del año no ¿No?
—Casilda yo solo digo que deberías intentar hablar con ella—Dice mi padre intentándola hacer entrar en razón.
— ¿Cómo?
— ¿Dejándola hablar y no juzgándola por ejemplo? —Responde mi padre con un tono de obviedad.
Y ya ahí dejo de escuchar. No puedo escuchar esta conversación sin sentirme culpable y sentir que el problema lo tengo yo. Tragando saliva finalmente entro en el baño con los ojos llorosos. Lleno la bañera con agua templada y tras quitarme la ropa del día de ayer me sumerjo en el agua de pies a cabeza. Por un segundo, he querido ahogarme y dejar de sufrir.
No puedo contra mi mente, es demasiado fuerte. Tan fuerte, que por alguna extraña razón, me hace aferrarme a la vida igualmente y saco la cabeza de agua tras varios segundos. Toso y tras ello respiro profundo mirando al vacío sin saber que hacer exactamente para dejar de sentirme tan mal.
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El Ladrón | ÉL (Pausada)
Teen Fiction¿En quién te apoyas cuando nadie quiere ser tu soporte? Pasé de tenerlo todo a no tenerlo nada por una jugarreta de mi mente pero al final del día en mis manos quedó lo más importante que tengo, mi corazón. Yo podía decidir quién entraba y quién no...