NICOLE

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Me encontraba en el corazón de la prisión, un lugar sin ley, donde los débiles eran devorados por los fuertes. Un lugar donde yo, una chica de la mafia, había sido arrojada como un juguete roto.

Mi nombre es Nicole Clinton, y yo no soy una prisionera. Soy una loba atrapada en una jaula, una reina rodeada de esbirros. Y no descansaré hasta recuperar mi libertad.

El pasillo era una galería de rostros endurecidos, de miradas sombrías que me devoraban con avidez. Me moví con paso firme, mi mirada desafiante, como un tigre enjaulado acechando a su presa. Alguien susurró mi nombre, una mezcla de miedo y respeto. Nicole Clinton, la chica que había desafiado a la familia, la que había roto las reglas. Pasé por delante de celdas donde se amontonaban los presos, susurrando y murmurando, sus ojos clavados en mí como agujas. Me sentía como una diosa, una reina en su reino.

Llegué a mi celda, una celda pequeña y sucia, con paredes de hormigón y una sola ventana que daba a un patio gris y sombrío. No era un palacio, pero era mío. Me senté en la cama de metal, el frío mordisqueando mis huesos. No me importaba. Estaba en casa.

Acabé en este lugar gracias a una persona como si hubiese sido solo un objeto o un juguete, pero ya no me importaba. Ahora, era una leona, una cazadora, una reina. Y mi reinado acababa de comenzar. No había tiempo para la pena, no había tiempo para el arrepentimiento. Solo había tiempo para la venganza.

De la nada la puerta se abrió detrás de mí y tuve que esconder debajo de la almohada la navaja que había conseguido ese mismo día. Me giré lentamente y ahí se encontraba un guardia de seguridad mirándome fijamente.

Le devolví la mirada muy seria tanto que daba miedo y en eso dijo:

— Usted, señorita Clinton. — hizo una pequeña pausa. — Sígame hasta el despacho.

Fruncí el ceño, me levanté malhumorada porque no entendía qué había pasado, llevaba ya más de tres meses encerrada en esa miseria de cárcel.

Seguí al gilipollas y una vez en el despacho me encontré a la supuesta gerente, más vieja que su culo. Una abuela teñida de pelirrojo, el pelo corto caído por los hombros lleno de rizos hechos por ella misma, maquillada de una forma exagerada ya que ella tenía la piel blanca, ahora estaba más blanca todavía. Esos ojos azules que tenía apenas se veían, si no fuera por sus gafas, dirían que no tiene ni ojos la anciana.

La miré y en eso asintió con la cabeza en una llamada, estaba loca la anciana y luego colgó mirándonos a nosotros seriamente.

— Déjenos a solas. — le dijo al guardia.

<<¿La matamos?>>

No, aún no. No es el momento adecuado.

— Tome asiento, señorita Clinton. — la miré frunciendo el ceño, pero lo hice y me mantuve callada con las esposas apretando mis muñecas. — Se preguntará el por qué está aquí... — me mantuve callada, no quería hablar sin que ella no me diera motivos para hacerlo.

Ella estaba esperando una respuesta y empezó a hacer clicks con su estúpido bolígrafo que tenía altas ganas de tirarlo por la ventana.

— Bueno, como no veo que va a hablar, le diré yo el motivo... — dicho esto se levantó de la silla y miró la ventana donde se veía perfectamente el mar, apuesto que se veía la puesta de sol puesto que iluminaba de un color naranja. — Usted cometió muchos crímenes a lo largo de su vida.

— Hmmm, no me diga... — respondí aburrida y ella me miró.

— ¿Qué edad tiene usted, señorita Clinton? — me miró y luego vi cómo sacó un expediente que apuesto que era el mío.

Dangerous: Juego TóxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora