NICOLE

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La furgoneta se deslizaba por las calles oscuras, dejando tras de sí la estela de una fuga exitosa. En su interior, la atmósfera estaba cargada de una tensión palpable. Matteo, con su mirada afilada al volante, mientras yo, observaba en silencio por la ventana. Ramiro, el leal conductor del equipo de Matteo, mantenía sus ojos fijos en la carretera.

El silencio incómodo se rompió cuando las luces de la ciudad iluminaron el rostro marcado de Matteo. En ese momento, nuestros ojos se encontraron, y pude sentir la intensidad del desprecio mutuo. Éramos aliados por conveniencia, pero detrás de esa alianza, se escondían viejas heridas y rivalidades que amenazaban con desgarrar nuestro frágil equilibrio.

— ¿Cuántas veces tengo que decirte, Ramiro, que aceleres antes de que la policía nos acorrale? — gruñó Matteo, rompiendo el silencio.

Ramiro apretó los dientes, pero no dijo una palabra. Su lealtad estaba con Matteo, pero su mirada revelaba una mezcla de desconfianza y resentimiento. Yo, por mi parte, observaba la escena con una frialdad calculada. No era la primera vez que presenciaba la dinámica volátil entre estos dos mafiosos. Al parecer siempre se han comportado uno así con el otro.

La furgoneta se adentró en un callejón oscuro, y el rugido del motor quedó ahogado por el silencio que se instaló en el vehículo.

— ¿Es necesario tratar así a tus empleados? — intervine, mis palabras resonando con una frialdad medida. — Te recuerdo que es él quién conduce, no tú.

Matteo me fulminó con la mirada, pero sabía que mis palabras tenían peso. Por un momento pensé que llegaría a tirarme de la furgoneta, pero lo vi suspirar y dijo:

— No necesito tus lecciones, Nicole. Ramiro ya sabe cuál es su lugar — respondió Matteo con cansancio.

El callejón oscuro se convirtió en un refugio temporal mientras la furgoneta se detenía. El murmullo del motor se desvaneció, y el único sonido que quedó fue el eco de nuestra respiración agitada. El momento de tregua se rompió abruptamente cuando las luces azules y rojas de las patrullas policiales iluminaron la entrada del callejón.

— ¡A la mierda, nos han encontrado! —exclamó Matteo, su expresión endurecida por la urgencia.

El pulso se me aceleró mientras observaba las siluetas de los policías acercándose. La adrenalina se apoderó de mí, necesitaba hacer algo y ya.

— Ramiro, acelera. — le dije y este me hizo caso, saqué mi cuerpo por la ventana, agarré a uno de los policías, justo cuando querían dispararme, lo inmovilice golpeándole y quitándole el arma.

— ¡Sujétense! — gritó Ramiro, volví a mi lugar agachándome y cubriéndome la cabeza justo cuando chocó contra los dos coches de policía haciéndose hueco para salir de allí. — ¿Estáis bien? — asentí.

— ¡Acelera, Ramiro, no podemos permitir que nos acorralen! — gritó Matteo, mientras las patrullas policiales se agrupaban detrás de nosotros.

La furgoneta se movía con agilidad por las calles estrechas, girando en esquinas angostas y evitando obstáculos con destreza. Los policías, sin embargo, no se rendían, persiguiéndonos como sombras persistentes.

Empecé a escuchar ruido en la parte trasera de la furgoneta cada vez que esta daba brincos, al girar la cabeza vi algo precioso: dos motos.

— No harás ninguna estupidez. — rodeé los ojos y aún así me volví atrás, cogí un casco de motociclista y me subí en una de las motos.

— ¡Nicole, ni se te ocurra! — gritó Matteo. — No voy a dejar que te metan otra vez en la cárcel. — dijo dirigiéndose hacia otra moto.

— Sé lo que hago, Matteo. — respondí cansada de su comportamiento.

Dangerous: Juego TóxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora