IVÁN

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Estaba al volante, tratando de mantener la calma, cuando los dos idiotas en el asiento trasero empezaron a pelearse como niños. Los observé en el espejo retrovisor, intercambiando golpes e insultos, pero algo atrajo mi atención: las marcas rojas en el cuello de Nicole, evidencia de que alguien la había agarrado con fuerza.

— ¿No te dije que la protegieras? — le espeté a Matteo con una mirada de furia, pero él solo rodó los ojos con fastidio.

— Ya lo hice —respondió, agarrando las manos de Nicole para detenerla mientras ella intentaba golpearlo. — ¿Puedes dejar de golpearme, por favor? — Nicole le dio una patada para apartarlo, y él soltó una risa.

— Cierra la boca, me sacas de quicio — dijo ella, y yo suspiré de frustración mientras Matteo se reía a carcajadas.

— Parece que me tienes un cariño especial — bromeó Matteo con una sonrisa, y sentí un impulso casi irresistible de girar el volante, hacer que el coche volcara y nos matara a todos, pero me contuve.

— Cierra la boca, italiano — dijo Nicole empujando a Matteo hacia atrás y ajustándose el sostén del vestido. — ¿Y a ti qué te pasa? — me preguntó con el ceño fruncido.

— Nada. — respondí, pisando el acelerador.

— Si la policía nos persigue por tu culpa, te mato. — amenazó Matteo.

Aparqué el coche en el garaje de la mansión de Rusonni y salí disparado. No quería escuchar más tonterías. Lo que más me fastidiaba era que mi mejor amigo, mi hermano, el maldito fuckboy, volvía a hacer de las suyas. Decía que la odiaba con todo su ser, pero no paraba de coquetear con ella. No lo entendía.

Me molestaba, y mucho. Porque Nicole me atraía de una manera que ni siquiera yo comprendía, y sabía que estaba mal. Era imposible resistirme a la tentación de besarla, sobre todo cuando ella respondía de la misma manera.

Pero, a diferencia de Matteo, yo no le hacía daño. No la golpeaba, al contrario, trataba de protegerla. Incluso le amenacé con que si le pasaba algo, él estaría muerto. Estaba muy enfadado porque ni siquiera sabía qué había pasado dentro.

Una vez dentro de la mansión, subimos en silencio hasta la oficina de Matteo. Él cerró la puerta tras de sí y se sentó en su sillón, extendiendo el mapa que supuestamente indicaba la ubicación del huevo dorado.

— No entiendo una maldita palabra. — dijo la castaña, examinando el mapa una y otra vez.

— ¿Soy yo o está codificado? — pregunté, serio, mientras Matteo se rascaba la barbilla.

Matteo se levantó y comenzó a revolver en los cajones en busca de algo que ninguno de nosotros comprendía. ¿Qué nos unía a todos? El dinero. Estábamos obsesionados con él, y supongo que lo repartiríamos equitativamente, o eso esperaba.

— ¿Qué estás buscando? — preguntó Nicole, acercándose a la mesa con una pose seductora que me dejó desconcertado.

Matteo volvió a su asiento con una lupa y se aproximó al mapa, examinando las inscripciones apenas visibles. Suspiró y recitó una serie de números.

— 67. 65. 76. 73. 70. 79. 82. 73. 65. — leyó Matteo, mientras Nicole los anotaba en una hoja aparte.

— A ver... — dijo Nicole, estudiando los números. — Está codificado. Si lo miramos así... Dame tu móvil. — le pidió a Matteo, quien se lo pasó de mala gana. — ¿Paula? ¿Quién es esa?

— Métete en tus asuntos. — respondió él, serio, y vi cómo Nicole le propinaba una patada en el pie. Los miré con expresión cansada.

— Según los números, la palabra codificada es... CALIFORNIA. — anunció ella, y Matteo la empujó.

Dangerous: Juego TóxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora