Segunda perspectiva || 16

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Y si, este capitulo será narrado por mi mujer favorita: Lissy. Disfruten.


Lissa Ivanova.

—¿Todo está listo? — preguntó mamá con una mirada melancólica.

Esbocé una débil sonrisa, suspirando respondí:

—Si, solo falta de que Jorge me venga a recoger y me voy.

Ella asintió, mordiéndose el labio para no estallar en una gran carcajada.

—Que no se llama Jorge, cariño, su nombre es Fabriccio.

Rodé los ojos con diversión.

—Tiene cara de Jorge, y así se quedará.

La rubia soltó una risa ahogada.

—Tu con tus ocurrencias, las extrañaré — comentó volviendo a su semblante melancólico.

— Sobreviviras — le sonreí, acercándome a su lado para envolver la entre mis brazos —. Te quiero mucho, mami.

Y yo más, hija.

Sentí como las frías lágrimas derramarse por todo mi rostro, así naciendo esa conocida presión en mi pecho que me advertía lo peor: quebrarme.

No sé si había sido la despedida o esa razón de que sus palabras me hayan afectado tanto pero, trate de enterrarlo como normalmente hacía, ya eso había sucedido.

Me separé de ella, notando su nariz roja de tantas lágrimas que también llegó a soltar, le sonreí ampliamente, tratando de reconfortarla.

—Te visitaré lo más seguido posible — la calme, pasando mis manos por sus mejillas, asi quitando el rastro de su llanto—. Y cada día te llamaré sin falta alguna ¿Vale? — ella asintió dubitativa.

—Mira quién lo dice — se burló con los brazos cruzados —. La señorita que se olvida de todo y hay que estar diciéndole las cosas para que las haga.

Abrí la boca y llevé mi mano a mi pecho, fingiendo indignación.

—Eso no se hace, Larissa.

Ella estalló en carcajadas, aguantándose así su estómago. Mamá me señaló y volvió a cagarse de risa.

—No da risa, mamá.

—¡Claro que sí! — refutó entre risitas—. Lo dices como si nunca me hubieras sacado algo en cara.

Un puchero se alojó de mis labios, en un débil intento de que dejáramos el tema. Larissa lo entendió ya que si siguiente acto fue sentarse en la cama y jugar con mi peluche de vaquita.

Alcé una ceja mientras mi vista estaba posada en esa escena, mamá me dió una mirada juguetona y, de un momento a otro estaba encima de ella.

¡Y no! No de esa forma.

Cochinos.

Estaba quitándole mi peluche. Parece que ya no le había puesto las reglas en mi habitad.

—¡Suéltalo! — exigí como niña mimada.

—¡Quítame lo, fresita! — al decir lo último mi impulso fué jalarle el pelo, provocando un golpe en el estómago de su parte.

Iba a quitarle ya el peluche y ya estaba preparando mi baile de la victoria, de no ser por cierta persona que empujó la puerta mientras gritaba exasperada:

—¡Lissa Ivanova, aléjate de Larissa! — al reconocer quien era me baje de una manera abrupta sobre mí mamá y le sonreí ampliamente a la pelirroja que tenía enfrente—. ¿Acaso son animales o qué?

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