Capítulo 04, por Elías Delfín

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Mi primer día de trabajo en la revista vino precedido por cuatro horas de clases no muy reseñables. Bueno, en realidad fueron solo tres. El profesor de Documentación era uno de esos carcas que se limitaban a leer en voz alta un puñado de transparencias mal proyectadas, por lo que esa hora estaba mucho mejor aprovechada con un zumo de naranja, media tostada de roquefort y unas pachangas de Magic: The Gathering en la cafetería.

Aunque llegué más o menos puntual (la excusa fue que había tráfico) a la redacción, Ramón me reprendió. Que había perdido cinco minutos esperándome que le habrían venido de lujo para un café o algo así. No obstante, inspiró con fuerza, hizo un esfuerzo por relajarse y me hizo pasar a su despacho.

―Señor Delfín ―para un silencio artificial sí que tuvo tiempo―, confío en que haya traído su contrato debidamente cumplimentado.

―Así es ―chasqueé los dedos y lo saqué de la mochila―. Aquí tienes, Ramón.

No sé si gruñó por seguir tratándole de «tú», por mi uso liberal de su nombre de pila o porque los papeles se habían arrugado un poco en la mochila. Su tic en el ojo me confirmó que se trataba, en efecto, de las tres cosas a la vez.

Soltó un profuso suspiro. Fingí que no me importaba.

―La señorita Guarnido le dará sus primeras tareas para aclimatarse y le comunicará sus datos de acceso a la red corporativa ―su tono no se movió un ápice de la neutralidad que había tomado como bandera―. En otro orden de cosas, agradecería que se reservase el espacio entre las cuatro y las cinco de la tarde para una reunión de iniciación.

―Recibido, mi comandante. ―Imité un saludo militar y, acto seguido, me pregunté por qué demonios había hecho eso.

La que sería mi mentora me esperaba al otro lado de la puerta con esa pose de «apoyada contra la pared como una tía dura» que no hacía sino ganarse puntos de mi admiración. Esta vez se había recogido el pelo con lo que parecía un bolígrafo BIC naranja, del que escribe fino. Eso me hizo preguntarme si los moños improvisados eran una de sus señas de identidad.

―Bien, Elías ―me saludó de forma totalmente despreocupada―. Normalmente, no atiendo personalmente a los nuevos en su primer día... pero no podía decirle que no a Vero.

No sabía si cargármela o darle un beso cuando la viera entrar por la puerta. Probablemente, acabaría haciendo las dos cosas.

―Me ha dicho que eres un gran admirador de mi trabajo. ―Hizo una seña para que la siguiera―. Y que sería un desperdicio ponerte a trabajar en cualquier sección que no fuera la que dirijo personalmente.

―A-así es ―el grito inicial se fue apagando a lo largo de las sílabas―. Qui-quiero decir... No me he perdido uno solo de tus artículos de Leyendas y llevo media vida preparándome para estar a la altura de... Ya sabes, tu visto bueno.

Norma tuvo que ponerse de puntillas para darme una palmada en la cabeza, aunque aprovechó ese instante para mirarme más de cerca. A esa distancia tan corta, impresionaba aún más.

―Tranquilo, Elías. ―Compuso una media sonrisa―. En serio, no muerdo. Me encantaría ver de lo que eres capaz. Me fío de Vero como si fuera mi propia hermana, y con todo lo que me ha contado, no veo por qué no deberías estar bajo mi ala. Pero...

Siempre había un pero.

―En teoría, eres un becario. ―Estiró hacia atrás sus hombros, como preparándose para soltar un latigazo verbal―. Si abrimos la vacante de tu puesto es porque necesitábamos uno, ya sabes. Lo que quiere decir que te va a tocar hacer algún que otro trabajo algo menos que agradecido.

Cazadores de Silicio [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora