Los lunes, amén de tener las sábanas más pesadas que el resto de días, acumulaban seis horas de clase. Por suerte, el periodo entre las diez y las doce de la mañana estaba dominado por el turras de Documentación. Eso significaba que iba a ser, otra vez más, la hora del desayuno. Así que pedí mi ya rutinario café con su media tostada y comprobé si había algún Planeswalker (o sea, un jugador de Magic) dispuesto a aceptar mi reto como de costumbre.
No hubo suerte. Parecía que toda la Facultad de Periodismo estaba tomándose en serio los estudios o había decidido cogerse el puente del Patrón en versión extendida. Sabiendo que la mayoría de los alumnos con los que me codeaba preferían jugar a las cartas que entrar en un aula, asumí que la teoría más acertada iba a ser la segunda.
Eso no significaba que la cafetería estuviera vacía, claro. En ella podías encontrar algunos alumnos que sufrían las consecuencias de haberse dejado alguna asignatura para el año siguiente con un horario lleno de agujeros, varios profesores aprovechando su hora de descanso (aunque los más experimentados se iban a la cafetería de la calle de al lado, que aparte de no tener estudiantes fisgones contaba con unas preciosas vistas al mar y unas tostadas ibéricas de aúpa) y a un puñado de chavales desorientados que probablemente estuviesen esperando que algún allegado terminara sus clases. Pero ninguno de los parroquianos habituales.
Excepto yo, que decidí que iba a rellenar esas dos horas con un par de partiditas a la Game Boy Advance. Eché un vistazo al portacartuchos, que tenía una copia de Advance Wars en la que había roto el contador de horas de tantas partidas, uno de Seldoria Chronicles y un Pokémon Rubí perfectamente envuelto en un post-it de color amarillo.
No pude contener la curiosidad por el papel doblado, así que leí la nota a pesar de no tener mucho interés por jugar con los monstruos de bolsillo.
Ey, Elías:
La buena noticia es que encontré el glitch que estábamos buscando el otro día y lo exorcicé. ¡Siento haberte dejado fuera!
La mala, que te ha borrado la partida.
Si te sirve de compensación, te dejaré las notas sobre mi hazaña para que escribas algo. Jo, lo siento.
Vero.
Arrugué el papel con algo de furia y comprobé que el juego, al menos, funcionaba como es debido. Ahí estaba: una pantalla que solo te instaba a empezar una nueva aventura o ajustar las opciones.
―Al menos, tengo dos horas para recuperar la partida. ―Solté un bufido de café y roquefort.
Cual speedrunner, desactivé todas las animaciones, pasé todos los textos lo más rápido que pude y avancé por los combates como si me conociera todos los mapas del juego de memoria. En diez minutos (¡solo uno por encima de la marca de los profesionales!), llegué al clásico tutorial sobre la captura de monstruos de bolsillo que tantas veces había sufrido en mi vida.
En él, un personaje describía que, para hacerse con el monstruo, había que lanzar la pokéball cuando sus puntos de vida habían bajado, y para ello, el juego lleva a cabo una serie de ataques predeterminados. Hasta ahí, todo normal y rutinario.
Sin embargo, el monstruo cayó derrotado al segundo ataque en lugar de quedarse a punto de caramelo para su captura como siempre. Al investigarlo después, descubrimos que existía una serie de condiciones que, al cumplirse, hacían que las estadísticas de ataque del instructor superaran la defensa del enemigo. Un caso que, conociendo los generadores de números aleatorios que alimentaban el juego, podía darse tan solo una de cada diez mil veces.
Me había tocado a mí. A alguien que acababa de despertar su poder espiritual. Vale, aún era un tanto escéptico a toda esa charla a pesar de haber visto uno de esos demonios digitales con mis ojos, pero eso no impedía que fuera pasto de cualquier cosa que se le ocurriera salir de la pantalla. O de donde quiera que salieran.
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Cazadores de Silicio [Finalizada]
FantasyEs septiembre de 2003. Elías está a un paso de cumplir su sueño (o el de cualquiera que se haya criado con un mando entre las manos), trabajar en su revista de videojuegos favorita. Probar las novedades antes que nadie, investigar las leyendas urban...