Capítulo 30, por Verónica Garza

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Las cristaleras de la torre oscura dejaban pasar poca luz hacia la estancia. De hecho, si tuviera que hacer uso de la lógica, no debería entrar un solo rayo de sol, pero las tripas de este demonio no se atenían demasiado a las leyes de la óptica, sino a los arbitrarios designios del mundo de silicio. El ambiente era tan pesado como lúgubre, y el aire parecía haberse vuelto aún más frío que la última vez que había estado ahí.

Aun así, no dejé de caminar, paso a paso. Una de mis manos buscaba la de Elías y la otra jugaba con los engranajes de mi colgante en un vano intento de tranquilizarme. No me decidía a activar mis poderes: me harían un blanco demasiado visible en medio de la penumbra. Por el mismo motivo, Mako estaba escondido en su V-Pet. Los halos de ángel refulgentes no se llevan muy bien con el sigilo, al fin y al cabo.

―¿Estás lista, Vero? ―Elías apretó su agarre.

―No lo estoy ―respondí con toda la sinceridad que pude sacar del pecho―, pero eso no quiere decir que no sea el momento de hacerlo.

―Oh, es mi destino como la heroína de la leyenda. ―Aunque no levantó mucho la voz, el tono que puso fue lo suficientemente tonto como para pillarme desprevenida―. ¡Hora de blandir mis poderes para destruir el mal!

Solo él podía hacerme reír de esa forma en un momento así. Le lancé una mirada fugaz, de reojo, y de repente supe que nada podía ir mal si lo tenía a mi lado. Abracé todo su brazo para esconder la vergüenza que me había subido a la cara al pensar en lo afortunada que era.

―Nada de leyendas ni heroicidades ―respondí una vez me recompuse―. Bueno, sí. Te prometí protegerte. Ser tu heroína, y todo eso. No voy a romper la promesa. Pero... Ya sabes. Si hay un motivo por el que estoy aquí, un solo motivo... Es porque te lo debo a ti. Y a Zack. No a mi misión. Ni siquiera al universo. Sois vosotros dos los que me dais las fuerzas para hacer esto.

Inspiré un par de veces para mentalizarme y salí del pasillo de la entrada. Convenientemente, un tenuemente coloreado rayo de sol dividía la estancia en dos mitades. A un lado, nosotros. El payaso de Eli se había tomado incluso la licencia de marcarse una pose al ver la estampa en la que se encontraba. Al otro, una figura sentada en el trono. Una figura en la que me costaba reconocer a Zack. Acostumbrada a sus conjuntos de un colorido tan dulce, verle portando unas botas de cuero, unos anchos pantalones de color negro con lo que definitivamente era un número excesivo de bolsillos era raro, aunque aún más llamativa era esa gabardina de cuero rojo que, semiabierta, no hacía esfuerzo alguno en ocultar el compresor de su pecho.

El demonio que habitaba en él nos lanzó una mirada helada con esos falsos ojos de rubí antes de encenderlos como si de un faro demónico se tratara. La impresión me duró poco y respondí con un gesto completamente simétrico. De repente, la poca luz de la que hacía gala naturalmente la torre se había rendido ante ese choque entre auras que tintaba el ambiente de rojo y azul con sendas energías.

―Héroe ―gruñó la voz distorsionada de Zack―, por fin nos encontramos.

No digné ese comentario con una respuesta. En su lugar, me lancé, levitando a toda velocidad, hacia el chico. Aún no sabía cómo lo iba a liberar de su influencia, pero todo me decía que no había forma de hacerlo que no considerase el uso de la espada del glitch con el que nací.

El títere liberó a sus criaturas. Seis, al mismo tiempo, sin una reacción más que un resoplido que no le levantó del trono en el que posaba. El poder que le otorgaba el demonio que movía los hilos espirituales a su alrededor era lo suficientemente grande como para que eso no fuera un problema. Sin embargo, yo también había aprendido un par de trucos nuevos. Había mejorado desde nuestro último duelo. Y lo más importante: no estaba sola.

Cazadores de Silicio [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora