Capítulo 18, por Norma Guarnido

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Ir a la redacción un sábado por la mañana no era plato de buen gusto para nadie, pero si Ramón decía que necesitaba algo de ayuda, era porque realmente se veía incapaz de dar abasto por sí mismo.

―¿Ha hablado con la sacerdotisa? ―preguntó, de repente―. Del cambio de planes. Sigo sin apoyar esa idea al cien por cien, pero ya que la pista es suya, permitiré que la gestione de la forma que vea más conveniente. Al fin y al cabo, es usted lo suficientemente competente como para que confíe en su olfato periodístico, señorita Guarnido.

―Ajá. ―Cogí un clip de papel de la mesa para recogerme un mechón de pelo que empezaba a molestarme demasiado―. Llamé a nuestro contacto de la Catedral y parecía bastante ilusionado por la idea.

Oculté a Ramón que, aunque el muchacho me debía un favor desde hacía un lustro, el motivo que le hizo inclinarse a acceder a mi petición quizá tuviera que ver más con uno de mis pupilos que conmigo. Tampoco le dije cuánto me iba a divertir con la situación que tenía por delante, si bien quizá mi sonrisilla malévola me hubiera podido delatar con eso.

―Entonces, recapitulando ―giró la palma con un ademán ágil―: el ritual de Elías Delfín tendrá lugar esta misma noche. Algo precipitado, si permites mi opinión, si bien comprendo los motivos de la premura.

―Eso es. ―Paré unos instantes para leer un correo electrónico con atención―. Para ser justos, le ofrecí la opción de «seguir tu senda», si quieres llamarlo así. Pero no. Fue muy tajante: tenía que ponerse al día lo antes posible dadas las circunstancias. El chaval parecía motivado.

―Perfecto. ―No sabía si se refería a lo que estaba diciendo o al fichero de la pantalla, cuyo nombre tenía demasiadas coletillas detrás del «final» que debía preceder la extensión―. Por otro lado, la sacerdotisa nos asistirá con el estudio de una de las víctimas del Efecto Pirita.

Asentí con la cabeza.

―Conociéndola, me sorprende que haya accedido a una petición así.

―Yo también esperaba una bronca más que un pulgar arriba. ―Sí, la maestra del santuario de Atecina se había aficionado a responder los mensajes con emoticonos―. Supongo que a veces hay que apostar fuerte si quieres ganar.

―La maestra nunca dejará de sorprenderme ―masculló, aún escudriñando la pantalla del ordenador―. Pero, como suele decirse, bien está lo que bien acaba.

―Espero que sea capaz de arrojarnos algo de luz sobre... Bueno, todo el tema de la Catedral, supongo. Me sigue perturbando la posibilidad de que alguien sin capacidad espiritual alguna haya podido tomarla prestada de una fuente así... Y que todos los efectos secundarios desaparezcan, sin más, cortando un mero hilo. ―Por fin, envié el último correo pendiente y solté un suspiro de satisfacción―. Ea, listo por mi parte. Si no te queda nada que hacer, podemos continuar esta conversación en el Thardisia. Invitas tú.

―Es lo menos que puedo hacer tras pedirle parte de su mañana libre, señorita Guarnido. ―Inclinó ligeramente la cabeza hacia delante en señal de respeto―. Sé de buena tinta lo mucho que le habría gustado estar asistiendo a sus pupilos un día como hoy.

Bajamos juntos en el ascensor (no sabía si Ramón no supo apreciar mi recreación del mítico momento de Evangelion o si simplemente tenía tantos problemas para rellenar el incómodo silencio como yo) y tomamos nuestro asiento habitual en el Thardisia. Como siempre, un latte con avellana y un expreso doble llegaron frente a nosotros con el clásico sigilo del dueño del local, que parecía demasiado encerrado en sus pensamientos como para intentar darnos algo de charla aquel día. Jugueteé un poco con la espuma de mi café antes de decidirme a retomar la conversación que habíamos dejado a medias en la oficina.

Cazadores de Silicio [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora