Capítulo 29, por Norma Guarnido

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Tras lo ocurrido en el evento de lanzamiento de Yaroze-kai no quedaron muchos adeptos que quisieran pasarse por el Judgment 1999. Al fin y al cabo, quien no salió escaldado del Battle Royale tuvo peor suerte aún. Los pocos que se perdieron el torneo se encontraron a su vuelta un pub por el que parecía haber pasado un huracán (cortesía de una servidora) y no necesitaron más que un par de llamadas para descubrir la suerte que habían tenido. Naturalmente, después de enterarse de que al dueño del local se le había ido la olla del todo haciendo pactos con demonios, pasaron un tiempo prudencial alejados del bar.

Haciendo cuentas, los números no acababan de cuadrar. No pudimos dar cuenta de todos los asistentes del evento: además de Zack, media docena de participantes habían desaparecido. Todo apuntaba a que aún seguían encerrados en las tripas de ese poderoso demonio capaz de hacer resonar los designios del Gólem de Pirita más allá de su mundo, esperando su oportunidad de ser rescatados, como si sobre sus cabezas descansara uno de esos iconos de «misión secundaria». Una misión que, por mucho que distara de nuestro verdadero objetivo, no podíamos ignorar.

Éramos lo suficientemente viejos (y, como dice el refrán, diablos) como para saber que no iban a estar precisamente escondidos en un rincón remoto de la extraña mazmorra que había diseñado el loco líder de la agrupación. No, esperábamos desde un principio que esos últimos rezagados, y los demonios que habían domado, fueran nuestro «comité de bienvenida» particular. Una barrera diseñada para hacer mella, por poca que fuera, en nuestras fuerzas y nuestra psique. Poco más que herramientas para granjearse una victoria por atrición. Cobardes hasta las últimas consecuencias.

Por suerte, nuestro bando tampoco iba precisamente desnutrido: tres veteranos del exorcismo, la chica que cargaba en su sino el ser receptáculo de un héroe de leyenda, una mascota virtual en el cénit de su poder y un prometedor aprendiz pionero en aunar la doma con las enseñanzas tradicionales.

Si sumabas todas esas fuerzas, no era difícil adivinar que la reyerta inicial acabaría rápido. Los glitches que protegían a los muchachos no parecían especialmente capaces y su control sobre ellos comenzaba a flaquear tras un par de derrotas, por lo que acercarse en línea recta a sus ordenadores y hacerlos pedazos para liberarlos de la influencia del demonio mayor era el camino de menor resistencia. Especialmente si alguien como Elías (que quizá no tuviera el entrenamiento necesario, pero era capaz de compensarlo con creces con sus hechuras) o yo los sosteníamos a varios palmos sobre el suelo, esperando que el brillo rojizo de sus ojos se apagara mientras el titiritero los revolvía en un último y desesperado intento de hacernos daño.

―¿Veis cómo pelear contra «masillas» no es tan aburrido? ―bromeé con una sonora risotada―. No sé qué pensáis vosotros, pero yo diría que se trata de un calentamiento hecho a medida.

El barista protestó con pocas palabras, pero el mensaje de contrariedad era claro. Ramón prefirió centrarse en asistir a los derrotados en lugar de darme una respuesta. Vero parecía tener demasiadas cosas en la cabeza como para siquiera honrarme con una risotada vacía.

Elías, por su parte, empujó al desorientado muchacho que sostenía en el aire contra la pared. Sin pensárselo dos veces, clavó sobre él su antebrazo. El pobre soltó un grito como respuesta. No pareció amedrentarle, ya que el redactor lo apretó con algo más de fuerza e hizo que su voz tomara un tono agresivo.

―¿Dónde está Zack?

―N-no lo sé. ―Parecía que le costaba respirar al decirlo, así que me acerqué hacia mi compañero e intenté calmarle con un gesto. No funcionó―. ¿Q-qué ha pasado? Eres... el amigo que trajo esta tarde, ¿verdad?

Cuando se percató de que esos días habían sido en su memoria poco más que una laguna árida en la que le costaba siquiera pensar, el becario deshizo su agarre sobre el muchacho y lo dejó caer al suelo por su propio peso. Inspiró varias veces, activó sus poderes y los dejó recorrer sus sienes para calmar su palpable ansiedad. El adolescente al que había amenazado, menudo y aterrorizado, intentó huir gateando hacia atrás, pero me interpuse en su trayectoria.

Cazadores de Silicio [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora