Capítulo 32, por Elías Delfín

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Esos días habían sido, cuanto poco, extraños. Un remanso de calma en una vorágine de guerras con glitches (aunque no estuvo exento de exorcismos y leyendas, todo parecía resolverse demasiado rápido) en el que nadie se atrevía a señalar que la carpeta de los misterios relacionados con Erymath aún tenía demasiados expedientes sin resolver.

No, de alguna forma todos compartíamos un acuerdo no escrito que llevaba implícito que nos habíamos ganado un descanso. La redacción, aunque nuestras mentes no dejasen de buscar respuestas por su cuenta, no se reunía formalmente para hablar del Señor de los Cernícalos, del demonio sin epíteto o del Hada de Mercurio. Tampoco se mencionaba la Catedral o las consecuencias de su caída. El cuerpo inerte de Seven fue sepultado entre los escombros que causó la desaparición del demonio del sótano y sus dos aliados compartían habitación en un hospital donde demasiados médicos habían tratado de dilucidar los motivos de su atípica actividad cerebral sin mucho éxito.

Todo el material incautado seguía bajo llave y nadie se atrevía a investigarlo. ¿El motivo? Cada uno tenía el suyo, pero nadie se atrevía a compartirlo en voz alta. Lo más parecido a una excusa real fue un «tengamos las fiestas en paz» que espetó Norma durante uno de los entrenamientos. Al menos, los madrugones para fortalecer cuerpo y espíritu no eran algo de lo que descansar.

Al fin y al cabo, la vida seguía. Intenté convencerme de que todo necesitaba un tiempo de ajuste para reencauzarse. De que necesitábamos un descanso si queríamos que el equipo volviera a estar en plena forma, listo para afrontar los nuevos retos que el universo había puesto sobre nosotros, aunque Vero no dejaba de buscar la aventura en cada uno de los rincones y protestaba cada vez que tenía que acallar su corazón de heroína.

Una noche, desperté en mitad de la madrugada y me la encontré en el escritorio, escribiendo un diario. Al menos, lo parecía, por su encuadernado y florituras. Al preguntarle qué hacía ahí, culpó al insomnio, a la necesidad de ordenar sus ideas después de todo lo que había ocurrido. Decidí sentarme junto a ella para hablar, ayudarle a organizar sus pensamientos o, simplemente hacerle compañía. No me importaba echarme unas partidas a algo mientras se dedicaba a tomar notas si mi voz le resultaba cargante. Simplemente, algo me decía que no quería quedarse sola.

Fue entonces cuando me explicó los efectos secundarios de que el Héroe se hubiera disuelto en ella. Sí, era un power-up muy chulo (¡con capa y todo!) pero también trajo consigo sus recuerdos, sus pensamientos. Su conocimiento del mundo de silicio, de Erymath y su Guardia... Y las preocupaciones de lo que estaba por venir. En realidad, lo que pretendía hacer esa noche no era un ejercicio literario: estaba haciéndose periodismo a sí misma. Por un día, desobedecí las órdenes de la jefa y llevé a cabo la primera entrevista de mi carrera. Cientos de preguntas a la Heroína, intentando llegar a lo más profundo de esos recuerdos compartidos. Empezamos por ahí y hablamos de todo lo que nos cruzaba por la cabeza hasta que el sol se alzó por la ventana. Maldije la clase que tenía a primera hora, pero sabía que había merecido la pena.

***

―Oye, Eli. ―Kat posó su mano sobre mi hombro―. La jefa os está buscando. A ti y a Verónica. ¿Puedes pasarte por su despacho?

―Dame un minuto. ―Di un sorbo a la taza de cartón, maldije haberme olvidado del azúcar y respondí―. Acabo este correo y voy.

―Por cierto, veo que aún no te has apuntado a la cena de navidad ―me acusó―. Sé que no vamos a estar todos, pero... Es momento de estar unidos, ¿no?

―Era pasado mañana, ¿verdad?

―Viernes 19, sí. ―Se alzó las gafas con el meñique―. Diez de la noche. ¿Apunto tu nombre? ¿Y el de Vero?

Cazadores de Silicio [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora