El primer día tras el cierre de un nuevo número de la revista tendía a ser bastante tranquilo. Sí, no faltaba trabajo de gestión que llevar a cabo, pero el haber dejado atrás todas las fechas límite nos permitía respirar tranquilos. Ya solo faltaba que las copias del número ciento setenta y tres empezasen a llegar a los quioscos y que los lectores empezaran a disfrutar de su contenido.
«La satisfacción del trabajo bien hecho», como decía Jaime. Siempre lo gritaba bien alto, ya que ese día se daba el lujo de ignorar su propio trabajo para pasearse por la oficina como si se tratara de su casa. Siempre con una caja de berlinas para el disfrute de la redacción, una sonrisa de par en par y mucha conversación con el resto del equipo.
Como siempre, abrió la puerta del despacho sin siquiera llamar. Por supuesto, llevaba el pelo alborotado y hacía gala de un conjunto excéntrico que habría vetado a cualquier miembro formal de la redacción. ¿Quién, aparte de él, era capaz de llevar una camisa hawaiana de flores en pleno invierno? Por muy incapaz que fuera de entender la moda contemporánea, no creía que una prenda tan extravagante encajara con la gabardina que me había afanado del armario. No obstante, él se escudaba en que mis «normas arbitrarias» solo aplicaban a los que habían firmado un contrato conmigo y que, por mucho anillo que compartiéramos, aún no había papeles de por medio.
Sin embargo, ambos sabíamos que eso solo era una de sus excusas extremadamente técnicas para sacarme de mis casillas y no una promesa real.
―¡Buenos días, cariño! ―gritó tanto que no pude evitar sisear para que bajara el tono.
También, como era habitual, resultó impasible a mi mirada de amonestación por presentarse como un tornado y desordenar las sillas del despacho para colocarse a mi lado.
―Buenas tardes, querrás decir. ―Señalé al reloj digital del escritorio, que indicaba que ya habían pasado unos minutos desde el mediodía―. ¿Qué tal, Jaime?
―Guau, se te ve de celebración. ―Sin contestar mi pregunta, comprobó mi taza de cartón―. Latte con avellana en lugar del expreso amargo de siempre. ¿Un bocadito a un dónut?
Salté como un resorte hacia atrás cuando me acercó el dulce a la cara. Le costaba enterarse de que ese tipo de cosas me alertaban demasiado. Cuando me di cuenta de lo que me ofrecía, accedí con un mordisco pequeño. Uno inversamente proporcional a la vergüenza que me hacía sentir el acto.
―La nueva... ―exhalé hacia el techo―. Parece que lo hace a propósito. Cada dos por tres se ofrece a traernos un café y no hay ni una vez que haya atinado con el mío.
―No es que lo parezca. ―Estiró la espalda tan fuerte que pude oírla crujir―. Lo está haciendo a posta. Me lo dijo el otro día, quiere ver cuánto tardarás en explotar con eso.
―Bueno, ya sabes que a estoicidad no me va a ganar nadie. ―Tracé media sonrisa en mi rostro. Me costaba mucho ser chulesco fuera de las líneas del consultorio―. Inténtalo, Princesa Aran.
La mueca que compuso el músico ante mi intento de parecer usando sus propias palabras, «un tío molón» se ubicó entre un genuino desconcierto y un esfuerzo palpable por contener una de esas carcajadas que retumbarían a lo largo de varias salas.
―Vale, eso no me lo esperaba ―admitió―. En fin, ¿qué tal llevas eso de trabajar con tu archienemiga epistolar?
―Es una experiencia, cuanto menos, extraña. Tras tanto tiempo, ya sabía de buena tinta que su pluma es tan buena como sus habilidades en esto del entretenimiento electrónico. ―Di un trago a la bebida. Por poco que me gustara esa extraña pugna de poder, no estaba nada mal―. También ha sido un gran aporte a la hora de localizar demonios de silicio con sus chivatazos a lo largo de estos años. Sí, sin duda alguna la señorita Guarnido es un gran fichaje para el equipo, pero...
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Cazadores de Silicio [Finalizada]
FantasyEs septiembre de 2003. Elías está a un paso de cumplir su sueño (o el de cualquiera que se haya criado con un mando entre las manos), trabajar en su revista de videojuegos favorita. Probar las novedades antes que nadie, investigar las leyendas urban...