Capítulo 22, por Verónica Garza

14 6 55
                                    

Había vuelto a pasar. Y, por primera vez en mucho tiempo, había sido íntegramente culpa mía. Se suele decir que dejar salir todos los sentimientos de una vez es terapéutico, pero seguro que quien lo afirma no tiene un demonio conviviendo en su cuerpo preparado para tomar el control en un momento de debilidad.

Menos mal que Héroe hacía honor a su nombre.

Fuera como fuere, la fatiga de la experiencia hacía que mis párpados me pesaran demasiado y la vergüenza que sentía por la conversación que me llevó al descontrol no ayudaba a darme fuerzas para alzarlos de nuevo. Al fin y al cabo, abrir los ojos supondría volver a una incómoda realidad en la que seguramente se me exigieran más explicaciones de las que estaba dispuesta a dar. Y, por primera vez en mucho tiempo, me sentía demasiado cómoda en mi vacío mental como para eso.

Cuando empecé a ser consciente de mí misma, sentí dos cosas. Primero, cómo me mecía en el aire. Por la vivacidad con la que me movía, casi dando saltos, di por hecho que la espalda sobre la que estaba apoyada no era la de Elías. No, él estaría echando los pulmones por la boca si me tuviese que llevar tanto tiempo por un bosque tan desigual, no dando botes con energía. Sin embargo, lo percibía. Sentía su energía, reconfortante, fluir a través de mí. Desde la punta de mis dedos hasta mi cabeza, hasta mi corazón, disipando las últimas sombras de la ansiedad que aún hacía mi respiración entrecortada. Diciéndome sin palabras que todo lo que habíamos hablado sería problema de otro día. Que ahora solo necesitábamos cuidarnos el uno al otro. De alguna forma, supe que había estado sosteniendo mi mano durante todo el camino, esforzándose al máximo por hacer que sus nuevos poderes me revigorizaran. No pude evitar encender una sonrisa de bobalicona que oculté con lo que debía ser el hombro de mi mentora.

―Vaya, ya estás despierta ―sin saber cómo se había dado cuenta de que ya había vuelto en mí, me acusó con un tono afilado―. Ea, hermanita, ya puedes andar por tu cuenta. Y no, no me vengas con milongas, ya sé cómo funciona.

―Cinco minutos más, mamá ―balbuceé. Por algún motivo, me apetecía decir tonterías―. Venga, cinco minutos más.

Elías soltó levemente mi mano, pero yo me aferré a ella con fuerza. No quería dejarlo ir. No en ese momento. Él se dio cuenta y me ayudó a bajar de mi hermana de transporte con mucho (pero insuficiente, visto lo visto) cuidado.

―¿Necesitas que... te siga curando? ―Miró con algo de vergüenza a su mano, que aún intentaba sostener la mía―. No sé cómo va esto, es mi primerito día.

―No lo necesito ―le miré directamente a los ojos, que parecieron perdonarme todas las palabras que teníamos pendientes por un rato más―, pero me encantaría.

Caminamos un par de minutos en silencio. A pesar de que mi cabeza aún le daba vueltas a todo lo que había sido capaz de decir en voz alta (y a las cosas que aún me callaba), disfruté hasta el último segundo del paseo a la luz de la luna. De cómo nuestras auras se comunicaban en secreto a un nivel que no podíamos entender de una forma racional, disfrutando la una de la otra en silencio. Sin embargo, Norma no parecía demasiado entretenida con la situación, así que recorrió todos sus estadios del aburrimiento. Tras pasar por el pateo de todas las piedras que nos cruzábamos por el camino, tocó el ponerse a cantar introducciones de anime. Primero la de Hunter x Hunter, luego la de Great Teacher Onizuka y... Bueno, con la de Digimon Adventure no pudimos evitar unirnos al karaoke. Maldita canción pegadiza.

―He tenido que sacar la artillería pesada para haceros reaccionar. ―Me dio un codazo, burlona―. ¿Qué? ¿Hay noticia? ¿En qué ha quedado la cosa, tortolitos? ¡Venga, un adelanto a tu hermanita!

Tardé aproximadamente siete femtoseguntos en fulminarla con la mirada. Aún tenía demasiadas cosas en la cabeza como para siquiera plantearme que esa pregunta tuviera algún tipo de respuesta.

Cazadores de Silicio [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora