El mañana temido se tomó una prórroga hasta la vuelta a casa. En parte, porque nos habíamos ganado el derecho a disfrutar de la compañía del otro (si bien el que Norma tuviera los sentidos tan aguzados hizo prácticamente imposible guardar el secreto más allá de la hora del desayuno), en parte porque también nos merecíamos unas vacaciones con la familia. El clásico peregrinaje a la churrería de los domingos en casa de los Garza, un par de partidas de Scrabble con victoria arrolladora y una tarde de sofá, manta, y una película que pretendía ser poco más que una excusa para comer esas palomitas picantes que tanto gustaban a Maite.
¿Cómo iba a atreverme a arruinar ese día intentando resolver lo de ese vértice albino que estaba entrenando a no muchos kilómetros de nosotros?
―Eh, parejita ―nos frenó nuestra mentora antes de dejarnos en la estación de autobuses. Pareció enfatizar muchísimo esa última palabra―. Llevad esto a Ramón de mi parte.
Nos entregó un pen-drive de color rojo. La etiqueta estaba parcialmente borrada, pero aseguraba almacenar la friolera de treinta y dos megabytes en su interior. Tecnología punta del año 2000, amigos.
―También podrías enviarle un correo electrónico ―bromeé antes de guardar la memoria en mi mochila―. La tecnología ya existe.
La mujer me revolvió el pelo con una sonrisa en los labios y bastante más fuerza de la que cabría esperar de un gesto meramente cariñoso.
―Me decepcionas. Eres más avispado que eso, Delfín. ―Después, me dio un golpecito en el hombro. Por fortuna, ese sí que lo midió correctamente―. Si os doy algo así, es porque no me molestaría que casualmente decidierais echarle un vistazo no autorizado por el camino.
Alcé el pulgar, algo avergonzado. Busqué el apoyo de Vero, pero ella solo se limitó a taparse la boca para soltar una risilla demasiado tontorrona.
―¿Cuándo vuelves a Gailadría? ―preguntó por fin―. Necesitamos a nuestra mentora del caos.
―Yo también necesito algo de entrenamiento ―bufó, resignada―. Y tu tío ya me está presionando para que vuelva a investigar. Muchos frentes abiertos, ya sabes.
―No te pases, ¿vale? ―le pedí―. Recuerda descansar un poco.
―Sigo sin ser lo suficientemente fuerte. Necesito otro curso intensivo de la vieja si Algodaoth va a volver. ―Intentó restarle importancia boxeando con el aire―. Esa cosa me da verdadero pavor. Tengo que hacer todo lo que esté en mi mano para que no tenga que repetirse lo de Jaime.
―Norma... ―su hermana ahogó la voz―. Eres la persona más fuerte que conozco. En lo físico, no hay más que mirarte; en lo espiritual tus actos hablan por sí mismo: has devorado siete glitches y estás ahí para contarlo.
―Yo todavía tengo náuseas del primero ―Me llevé la mano al estómago, pero ninguna de las dos me hizo caso alguno.
―Y en todo lo demás. Eres voluntad pura y un modelo a seguir, pero...
―Otra Lourido echándome el sermón, lo pillo ―Le tiró de uno de los mofletes―. He hecho pleno esta semana, parece. Tu tío, tu madre y ahora tú. Y estoy segura de que Jaime también me daría una hostia con la mano abierta si me escuchara ahora mismo. Aun así, no puedo parar ahora. Lo entendéis, ¿verdad?
―Vuelve pronto. ―Extendí mi puño hacia la periodista―. Yo no me voy a quejar de tener unos cuantos días de vacaciones de la mayor fuente de entropía que haya conocido jamás.
―Es lo más bonito que me han dicho nunca. ―Fingió un sollozo que se enjugó con la manga y se puso a canturrear―. Tranquilo, todavía me queda una tarde con cierto albino para jalear las olas. No os vais a salvar tan fácilmente de mí.
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Cazadores de Silicio [Finalizada]
FantasyEs septiembre de 2003. Elías está a un paso de cumplir su sueño (o el de cualquiera que se haya criado con un mando entre las manos), trabajar en su revista de videojuegos favorita. Probar las novedades antes que nadie, investigar las leyendas urban...