Escrito #4

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L A  L U J U R Í A D E U N S A C E R D O T E

Es mi deber como servidor de Dios, mi creador llevarla por el buen camino para evitar su desgracia, me reuní con ella varias veces para dar testimonio y charlas religiosas a un pequeño grupo de seguidores como una abadía sólida. Hoy es domingo de madrugada entre a un pequeño Sagrario donde guardan la hostia del santísimo sacramento, es hora de la adoración nocturna. Y ahí está ella, de bruces, con los ojos cerrados, lleva un rosario en las manos, orando fervientemente. Dirigí la mirada para contemplar esa devoción que posee hacia el creador, llamó severamente mi atención, más que de costumbre, su piel pálida, sus mejillas sonrojadas, adornada por sentimientos melancólicos han desenfocado mi concentración. Intente salir en silencio para impedir sus necesidades católicas. Sin embargo ella abrió los ojos me habló. Camina hacia mi dirección.

—Padre Chesire, quisiera confesar mis pecados con usted.

Miré el reloj, quedaban pocos minutos para la celebrar la misa.  —¿Podía ser después?

Bajo la mirada accediendo mi pregunta.

Subí las escaleras apresurado y me coloque de frente en el altar, note que varios plebeyos y aristócratas ya tomaron sus asientos para escuchar la palabra de Dios.

1 CORINTIOS 6:18-20 

Huid de la lujuria. Cualquier otro pecado que la persona cometa queda fuera del cuerpo, pero el pecado de la lujuria ofende al propio cuerpo. ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios y que habita en vosotros? Ya no sois los dueños de vosotros mismos. Habéis sido rescatados a buen precio; glorificad, pues, a Dios con vuestro cuerpo.

Sin embargo no puedo concentrarme para explicar el sermón, me ha costado despegar la mirada de aquella mujer que está sentada en la primera hilera de sillas de pino. En varias ocasiones nuestras miradas se cruzaron dándome a saber que yo no era el único perturbado por la presencia del otro. ¿Por qué carajos me interesa tanto? ¿Por qué me genera  curiosidad? Es tan sólo una simple plebeya pero que por su belleza podría hacerse pasar por una persona rica si lleva la ropa adecuada.


Será que mejor me olvidé del asunto y continúe con mis actividades, al fin di por terminada la misa dominical trate de huir como vil cobarde, no quería escuchar nuevamente su voz, ni siquiera verla de cerca para contemplar aquél ángel o demonio. Sin embargo me alcanzó.

No tuve más remedio que llevarla al confesionario. —Ave María Purísima.

—Sin pecado concebido, padre— su voz era casi un murmullo descuidado .

Ella me observó con devoción.

—¿Cuáles son tus pecados, hija mía?

«¿De verdad tendrá pecados que confesar esta hermosa mujer con mirada angelical?» La verdad nunca antes me había sentido con la necesidad de ser curioso ante los pecados de los mortales pero para mi desgracia hoy si tengo mucho interés en escucharlos. Ella me habló del pecado de la lujuria abiertamente

—Me he masturbado pensando en un hombre prohibido, padre...

Y de repente mi mente me jugó sucio. Comencé a pecar de pensamiento en un lugar sagrado y sentía mi cuerpo arder

—No es un pecado, sino una necesidad básica hija mía—Intente sonar lo más natural posible

—Lo sé, pero imagino cosas muy pecaminosas mientas me toco cruelmente que lo disfruto.

Los pecados de Chesire (Relatos Eróticos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora