-Memoria 4-

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Mae me explicó muchas cosas de la vida en el transcurso de mi niñez, jugaba a las princesas conmigo, pero no alteraba la realidad a mi alrededor, me hacía ver las cosas de una manera clara y objetiva. Muy a pesar de todas las cosas que me enseñó, nunca me explicó qué hacer cuando tu vida empieza a derrumbarse y los escombros derriban tu cuerpo, posiblemente porque, a pesar de lo inteligente que era, ni ella misma sabía eso.

Recuerdo pues la primera vez que Mae llegó ebria a la casa, y no puedo asegurar dónde empezó todo esto, pero algo que sí tengo claro es que a partir de ese día todo comenzó a ser un desastre. Aquí empezaban las pequeñas grietas de mi vida.

Ese día era tarde y Mae aún no había llegado a casa, yo estaba muy preocupada y asustada... así que me abrazaba a mí misma escondida entre las sábanas de mi cama, entonces escuché un estruendoso ruido y un juego de llaves tintineando. Escuchaba su risa. Una risa diferente y confusa, una risa llena de cosas que yo no conocía, y me daba miedo.

Recuerdo haber bajado las escaleras y verla echada en el piso del recibidor riendo a carcajadas.

Una sensación extraña me recorrió por todo el cuerpo.

—¿Mamá? —dije casi susurrando.

Pero Mae sólo reía a llantos.

Recuerdo que, aunque hice lo que pude, ella estaba inmóvil, o posiblemente yo aún era muy pequeña para intentar levantar un cuerpo adulto, por lo que desistí y decidí quedarme con ella toda la noche en el recibidor. Su olor a alcohol, el piso frío, las mantas y almohadas que busqué y su parloteo extraño me hicieron compañía esa noche, porque Mae no estaba ahí.

Fue la primera ocasión de mi vida en la que me sentía de esa forma... como si estuviera con un cuerpo rígido sin interior, como si estuviera con una lata vacía que sólo hace ruido.

Y no sabía que, a partir de ese momento, esa sensación se convertiría en una costumbre para mí, una que odiaría cada día de mi vida, y cada día de la suya, puesto que justo a partir de ese día, hubieron otros días exactamente iguales. Por fortuna, no era una cosa diaria, pero no podía descartar que eran como los primeros signos de una severa enfermedad... de un cáncer.

Así fue como, dolorosamente, la fui perdiendo.

Sensaciones que parecen colores fluorescentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora