Sensaciones que parecen colores fluorescentes

-Memoria 10-

No hay nada peor que aprender a tener miedo.

No hay nada peor que aprender a tenerle miedo a alguien que antes solías admirar. No hay nada más desmotivador que ver a tu ídolo caer sin remedio.

Cada vez que empezaban a discutir, a romper cosas, a golpearse, estrellarse contra las paredes... lo único que yo podía hacer era quedarme petrificada justo en el lugar en el que me encontraba, pues de lo contrario, posiblemente yo terminase pagando los platos rotos. El miedo me congelaba las piernas y me plantaba los pies en el piso, son de los peores recuerdos de mi niñez, una que me robaron.

Los peores días llegaban cuando se asomó el verano. Cada mañana me quedaba sentada en las escaleras del corredor para ver a Mae salir, sin decir adiós, sin mirar atrás, simplemente sin notar mi presencia, ella partía de prisa cada mañana a trabajar.

No era lo suficientemente fuerte para resistir esa sensación diaria latiéndome dentro.

La sensación de que, lentamente, la perdía para siempre.

Yo me quedaba sola con su novio y no suena tan malo como realmente era; era horrible. Inventé un juego al que llamaba 'Una de Dos'. O me escondía en mi habitación por todo el día o me iba de la casa y llegaba en la noche. Pasaba tiempo en la biblioteca y soportaba hambre, pero todo era mejor que estar con ese sujeto a solas.

Pero un día... digamos que no fui tan rápida y bueno...

Un día pasó.

Pasó lo inevitable, nada más.

Fuera de juicio, me agredió y tomó mi cuerpo bruscamente. Me tocó debajo de la falda y sabía que a las niñas pequeñas nunca se les tocaba, nunca ahí. Hice lo que pude para zafarme y como última alternativa, le mordí la oreja como un maldito perro rabioso, tan fuerte como para casi arrancársela. Él me lanzó al piso y luego iba a por mí, pero yo corrí sin mirar a atrás y esa noche...

Esa noche yo no volví a casa.