Entendía que no podía comunicarme con Mae, así que nunca pregunté nada sobre lo ocurrido, sólo asumía que ella estaba metida en problemas, como era costumbre. Las próximas semanas fueron iguales, jugando al ratón y el gato, y algunas noches ella solía llegar golpeada y hecha un desastre.
Recuerdo una ocasión en especial en la que llegaron esos hombres y la golpeaban delante de mí, la golpeaban como si realmente quisieran matarla, como si ella no debía estar respirando ni un segundo más, y yo sólo podía llorar sin control, hasta que en el gesto más valiente que se me ocurrió, tomé el teléfono e intenté marcar a la policía. Sin embargo, cuando ellos se dieron cuenta me colgaron la llamada y como si no fuese apenas una niña, uno de ellos me dio una fuerte bofetada que me echó a un lado. Mae enloqueció y le clavó un puñal en el vientre. No quisiera seguir recordando lo que paso después. No obstante, aún conservo los terribles traumas de esos días.
Un mes más tarde, Mae volvió a desaparecer, el dueño del piso no parecía ser una mala persona, pero con pesar, sin saber qué hacer conmigo, me corrió del lugar.
Nuestras pertenencias estaban junto a la basura del edificio y yo esperé un milagro con ellas. Era la primera vez en mi vida en la que no se me ocurría nada. Tan sólo esperaba.
Para mi desgracia, ese día llovió tanto que hasta las ratas intentaban huir de las alcantarillas, mientras yo parecía una gata que dejan abandonada en la basura.
Hasta que el mismo hombre que me había echado se acercó con un paraguas y me invitó a entrar. No sé si fue pena, misericordia o remordimiento, pero yo lo sentí como casi un milagro.
—¿No tienes ningún otro lugar al cual ir? ¿No tienes alguna persona que pueda ayudarte? —me preguntó preocupado en la recepción del lugar.
Yo no contaba con nada hasta que recordé por lo que me había esforzado tanto en olvidar.
—¿Puedo llamar a alguien?
—¡Sí! Claro —me respondió el señor lleno de alivio.
Entonces tuve que hacer algo desesperado, aunque Mae se enojara y nunca me perdonara, llamé al abuelo Ben.
No estaba segura de qué había pasado entre ellos, pero no fue algo bueno. Ella huyó y se escondía, no se llevaban bien, por lo que ella me prohibió todo contacto con él.
El teléfono tintineó hasta que finalmente...
—¿Hola? Habla Benjamin Williams.
—Hola abuelo, soy Maggie. —Contenía las lágrimas para no llorar, pero ser fuerte empezaba a ser muy doloroso.
Sólo un segundo de silencio, ese que guardas cuando sabes que estás a punto de recibir una mala noticia.
—Esta llamada no es para saludar, ¿verdad? —dijo con cierto pesar en la otra línea.
—Me temo que no.
—¿Dónde están? —Justo lo que preguntaba cada vez que salía corriendo para dar con nosotras.
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Sensaciones que parecen colores fluorescentes
ChickLitCon una dura condición, Maggie tiene la oportunidad de obtener una beca completa para estudiar en una universidad de élite para chicos en Manhattan. Tras la muerte de su madre, ella tiene que adentrarse a un mundo de retos y de nuevas experiencias p...