El sol se posó en el bello rostro de su esposa. Llevaba un día inconsciente desde que se desmayó en sus brazos en el establo donde encontraron a Seher. Loco de preocupación, no la había dejado ni un instante, la vió temblar por la alta fiebre, delirar con angustia y... con una gran impotencia por verla así, tan vulnerable, tan frágil, se le rompió el corazón.
Su cabello moreno estaba despeinado, sus ropas arrugadas y su rostro reflejaba el horror de verla sufrir. Cogió su mano y con devoción la besó. No podía vivir sin ella, ahora lo sabia. Por eso dolía tanto... Cerró los ojos mientras recordaba las veces que ella había sucumbido a los agravios y tormentos, esas veces que ella acabó en la cama de un hospital por todo el sufrimiento que él mismo y los Karabey le infligieron en el pasado, y no pudo soportarlo. ¡La había herido de todas las formas posibles! Asique en esa habitación, bajo la suave luz del amanecer, lloró por ella. Por su Dilan.
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Serap se acercó a la terraza superior con una taza de té caliente en la mano y contempló Mardin desde lo alto de la Mansión. Suspiró con tristeza al recordar el rostro asustado de Baran al llegar a casa con su esposa en brazos desmayada. Detrás de él, una joven con el rostro amoratado corría preocupada por Dilan hasta que Kerem la detuvo y la llevó él mismo al hospital, tenía feas heridas en su rostro que habían tenido que coser. La muchacha que había robado el corazón a su amigo era fuerte, pese a todo lo que había vivido, pensaba en los demás antes que en su dolor. Y ella misma lo confirmó esa misma noche cuando Kerem se la presentó. Era maravillosa y se alegraba muchísimo por él.
Suspiró de nuevo.
Sus dos amigos habían tardado en enamorarse, pero ambos habían elegido bien a su compañera de vida.
En cambio ella...
Seguía con el corazón roto.
Se llevó el té a sus labios mientras le venía a la mente la imagen de ese hombre de ojos hipnóticos. Parecían hielo hasta que los vió de cerca... avergonzada, miró al horizonte. No podía creer que estuviera pensando en ese hombre arrogante que había entrado en su vida de esa forma. Recordando sus encuentros, su prepotencia y soberbia le habían sacado de sus casillas... pero cuando él le dijo que quería pasar tiempo con ella su corazón perdió un latido. Pese a que él había desviado la mirada y le había pedido que olvidara esa frase... precisamente fue eso lo que la llenó de una curiosidad impropia en ella.Asique tomó una decisión.
Él había insistido en ir a ver sus caballerizas. Iba a tomarle su palabra. Se iba a presentar ante él sin avisos de ningún tipo. Sonrió. Estaba segura que cuanto menos, se sorprendería de verla allí.
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Ömer se había quitado su americana azul y se había arremangado su camisa blanca hasta los codos. Una de sus yeguas tenía dificultades para parir a su potrillo y estaban esperando al veterinario. El pequeño estaba mal colocado y existía un riesgo para su vida. Era un trabajo extenuante, tenía metido su antebrazo en el estrecho conducto del canal de parto para tratar de recolocar al potro, y se esforzaba en ayudar a su yegua. Sus caballos eran su vida. Amaba pasar tiempo en sus caballerizas, sus animales eran mucho más inteligentes y leales que las personas y se habían convertido en su refugio. Por eso sufría al ver a su yegua en ese estado.
-¡Vamos, pequeña! Queda poco para que lo tengas contigo, pero tienes que ayudarme...- él siguió ayudando al animal en compañía de sus mozos de cuadra sin percatarse que no estaban solos. Serap contemplaba fascinada la escena. Nunca creyó encontrarse al famoso empresario en esa situación. Desde donde estaba, admiró su ancha espalda mientras hacía fuerza para tratar de sacar al potro. Sudoroso, concentrado en su yegua y con su pelo moreno alborotado por el esfuerzo lo vio luchar por la vida del animal.
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Kader
RomansaEn lo más profundo de la antigua Mesopotamia, aún se arraigan eternas historias de amor infinito y el destino para los amantes, siempre es el mismo, la búsqueda de su amor por las montañas mágicas de Mardin. Esa poderosa magia espera a ser despertad...