- Si eres tú, Lejía, ¡más te vale traer mi ginebra!.
Exclama furiosa una voz femenina al otro lado de la puerta, provocando que dé un respingo de sorpresa. Retrocedo y choco con Willy, quien me sostiene de inmediato de los brazos. Ladea una sonrisa y aprieta mis brazos suavemente para tranquilizarme. Mis espina dorsal cosquillea, así que, invadida de vergüenza, me suelo disimuladamente y aclaro mi garganta.
- Traigo algo mucho mejor, señora Fregoso... - la pequeña compuerta de la puerta se abre y sus ojos se asoman por ella. - Un par de huéspedes... - el señor Lejía se mueve dejándonos a la vista.