Durante el día, conseguimos realizar más ventas en otras zonas donde por suerte la policía no apareció, aunque, por supuesto, antes nos tocó limpiarnos tras nuestro escape por las cloacas. Las ventas fueron extraordinarias, demasiado impresionantes, demandando más dulces.
En apenas unos días, Willy se convirtió en el chocolatero favorito de muchos en el pueblo. Ahora, con la noche cubriéndonos, regresamos como salimos: todos dentro de un saco, guiados por Noddle.
Uno por uno, nos lanzamos por el dicto y caemos en el gran cesto. Willy se lanza después de mí, emergiendo rápidamente de su saco, preocupado y preguntando si me aplastó al caer.
-Descuida, estoy excelente -lo tranquilizo mientras me tambaleo al salir del saco.
El resto se apura a esconder las máquinas y de repente, las puertas dan un portazo, indicando que Fregoso y Lejía han entrado.
Willy me toma en brazos, sacándome rápidamente. Todos se forman a nuestros costados formando una línea, y nos enderezamos luciendo con normalidad.
-Vaya -Fregoso revisa las mesas, encontrando la ropa perfectamente lavada, doblada y planchada-. Qué bien que no pierdan el tiempo -espetó fríamente, volviéndose hacia nosotros-. Ya pueden irse a sus dormitorios. -Soy consciente de que soy la única que no podrá ir, así que me mantengo en mi lugar. Los demás avanzan, y Willy da unos pasos, pero al ver que sigo detenida en mi posición, se detiene.
-___, ¿Vamos? -su amable y dulce gesto me derrite, pero con tristeza niego.
-Ella aún tiene que lidiar con el desastre que armó en la cocina -explica la gruñona con cierta satisfacción, indudablemente una bruja total. La mirada de Willy me revela que comprende lo que hice para que me enviaran a la lavandería y así poder ir con él. Niega preocupado, rehusándose a dejarme sola.
-¡Ve a tu dormitorio ya! -Lejía lo empuja.
Con su saco, sombrero y bastón en brazo y la otra mano dentro de su bolsillo, baja la mirada al suelo, como si estuviera pensando en algo.