𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐

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Ahora mismo me encuentro sentada en una amplia mesa llena de caros platos de comida y ocurre lo de siempre, no me gusta ninguno

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Ahora mismo me encuentro sentada en una amplia mesa llena de caros platos de comida y ocurre lo de siempre, no me gusta ninguno. Ese fue uno de los defectos de mi persona que mis padres no pudieron corregir.

Más ampliamente, me encuentro en la mesa del restaurante privado en el que han decidido comer y yo tengo el apetito equivalente al de un niño malcriado de 6 años. Nuestra mesa está situada en una hermosa terraza llena de flores. A mi lado está sentada mi madre, la única que se toma la molestia de ayudarme a decidir mi comida; luego mi padre y en frente mis abuelos.

Después de un largo rato de discutir con mi madre sobre la poca variedad de comida opto por pedir pechuga de pollo empanada con patatas y realmente no me importa la mirada juzgona de mi abuela y el gesto de rodar los ojos de mi padre. Todos piden la comida que falta y comienzan a conversar sobre las mismas típicas cosas. Intentan meterme en la conversación con la típica pregunta de "¿cómo van los estudios?" pero últimamente estoy decayendo y fallando mucho en la práctica así que evito la pregunta. Cualquiera podría pensar que yo misma me estoy sacando de la conversación pero, aún si hubiese contestado a la pregunta, el tema no hubiera llegado muy lejos.

Mi mirada y mis pensamientos fácilmente se desvían hacia los grandes ventanales con vistas a la playa. Literalmente tengo la tentadora playa a solo unos cuantos metros separada por una puerta, también de cristal, que solo se puede abrir desde adentro.

Desde aquí puedo ver la playa; tan invernal. Tan fría. Fría. Como yo. Pero ella es bonita, su resplandor nunca cesa y, al contrario, solo me fascina más verla en invierno. A lo lejos hay una pequeña familia jugando voleyplaya y me encantaría ser parte de ellos. No me quejo de lo que tengo, me encanta tener dinero y no cambio mi pensamiento de "el dinero da la felicidad" pero estoy casi segura de que esa familia se da abrazos y besos reales al verse y eso me genera una leve punzada en el corazón.

Entonces, siento que mi mirada es atraída hacia otra parte de la playa y ni siquiera los murmullos de mi familia son captados por mis oídos. Es como si todos mis sentidos se concentraran en percibirla.

𝘔𝘰𝘳𝘦𝘯𝘢

Una mujer morena está sentada sobre la arena, cerca de la orilla y muy apartada de las demás personas. Su espalda ancha cubierta por una sudadera y su largo cabello castaño es ondeado por el viento. Me hipnotiza.

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No creo en el amor a primera vista. En general no creo mucho en el amor.

No tengo ni idea de por qué mi corazón comienza a latir más rápido al ver a la mujer, pero lo hace; sin embargo, mi respiración se calma más. No sé qué me pasa, pero sé que no puedo dejar de admirar a esa mujer. Por suerte o por desgracia está sentada de espaldas y se encuentra realmente lejos. No sería fácil localizarla a esta distancia pero lo hice. Su silueta me llamó. Y lo único que quiero es escabullirme de este aburrido almuerzo y acercarme a ella; ya no tengo ni hambre.

𝘚𝘪 𝘴𝘢𝘭𝘨𝘰 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳 𝘺 𝘷𝘰𝘺 𝘤𝘰𝘯 𝘦𝘭𝘭𝘢 𝘯𝘰 𝘱𝘰𝘥𝘳𝘦́ 𝘷𝘰𝘭𝘷𝘦𝘳 𝘢 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳.

Literalmente, si salgo de este restaurante por esa puerta a escondidas no podré volver a entrar hasta que un socio de este lugar venga a meterme de nuevo. pero si me quedo... no sé. No sé por qué siento que si no voy a por ella perderé algo, pero me gusta obedecer al destino. Siento una excesiva pesadez en tal simple y casual elección como la de hoy pero lo ignoraré.

-Mamá, ¿puedo salir a ver el mar?- Le pregunto a mi madre con una inocente sonrisa señalando la fácil puerta de salida de cristal.

-Está bien, pero cuando termines avísame para recogerte. Si cambias de opinión avísame también, no vayas a perderte.- Asiento obedientemente y me acerco ansiosamente a la puerta sin perder de vista la figura de la mujer, que no se ha movido.

Abro la puerta, salgo, salto el pequeño poyete sin importarme la falda y, aun llevando botas, me meto a la arena.

Camino con falsa tranquilidad hacia la mujer, sin parecer muy obvio que me dirijo hacia ella y me paro a unos metros de ella, situándome dentro de su punto de vista. Con una postura erguida como siempre finjo admirar el mar, aunque no es tarea difícil ya que realmente me fascina.

En unos minutos ninguna dice nada, pero sé que me ha visto. Yo finjo no verla a ella.

-No creo que ese atuendo sea apropiado para pisar la arena de una playa.- Me dice una voz femenina ligeramente grave y llego a escuchar una suave risita.

Bajo mi mirada para observarla ya que yo estoy de pie y ella sentada y oh Dios lo que ven mis ojos.

Su cabello castaño cae formando ondulaciones como olas de mar, mi mirada se desvía a sus ojos. Sus pupilas verdes me observan con una divertida curiosidad. Su mirada es de un verde cálido, que parece traer la primavera a donde sea que mire y me está mirando a mí; se siente como si el sol apareciese tras un día nublado y gris. Esas pestañas largas no muy curvadas forman mariposas sobre su primaveral mirada. Su nariz recta y perfecta y sus labios que, aunque deberían estar morados por el frío, son carnosos y anaranjados, tan deseables como peligrosos. Su piel bronceada, morena aun en invierno, morena como el azúcar o la canela. Parece estar hecha de canela

Es un paisaje de otoño de los de verdad. La mujer más bella que haya visto.

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FríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora