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El estruendoso rugir del Ragnarok retumbaba en los cielos de Asgard, dejando tras de sí la destrucción y la caída del reino dorado. Los asgardianos, a bordo de la nave, observaban impotentes cómo su hogar se desvanecía en el caos. Entre ellos, Elysia lloraba la pérdida de Hela, su amada, mientras la Valquiria y Thor intentaban consolarla.

***

Hela se levantó con dificultad, sus rodillas marcadas por el impacto en el suelo. El frío callejón de Nueva York contrastaba con la ardiente esencia de la Diosa de la Muerte. Miró sus manos, una mezcla de sangre y astillas del traje que alguna vez fue imponente.

La confusión se reflejaba en los ojos de Hela mientras trataba de entender el alcance de su situación. Observaba a los mortales pasar ajenos a su presencia divina. La dolorosa pregunta resonaba en su mente: ¿por qué le dolía todo? La inmortalidad, un regalo oscuro de su origen, ahora se desdibujaba ante el dolor palpitante.

Caminó por el callejón, sus pasos resonando en el silencio urbano. Las luces de la ciudad iluminaban su figura quebrantada. Hela, la Diosa de la Muerte, se adentraba en un nuevo territorio, un mundo donde la inmortalidad se desvanecía y el dolor se volvía su compañero.

Hela caminaba por las calles, desconcertada y desorientada. La confusión en su mente se mezclaba con el dolor que aún sentía en su cuerpo inmortal. Las miradas de la gente la seguían como sombras, y algunos susurros y risas se esparcían a su paso.

Fue entonces cuando un grupo de chicos, ajenos a la verdadera naturaleza de Hela, comenzó a burlarse de ella.

Chico 1: ¡Ey, mira a la chica de la película de superhéroes!

Chico 2: (riendo) ¿Dónde está tu corona, princesa?

La chispa de la ira se encendió en la Diosa de la Muerte. Se acercó a ellos con una amenaza latente en su voz.

Hela: ¿Acaso no saben quién soy yo?

Chico 3: (riéndose) No, pero parece que olvidaste tu disfraz en casa.

Extrañamente, la corona de Hela no respondió a su llamado, aumentando su frustración. Agarró a uno de los chicos del cuello, exigiendo respeto.

Hela: Deberían mostrar más respeto a la Diosa de la Muerte.

Sin lograr que su corona se materializara, Hela optó por darle una abofetada al insolente joven. La escena dejó a todos los testigos atónitos, deteniendo autos y dejando a las personas en estado de shock ante la presencia imponente y desafiante de la Diosa de la Muerte en las calles de Nueva York.

Hela siguió caminando, hablando para ella misma en voz baja, murmurando sobre su corona y la extraña ausencia de su conexión con el poder.

Hela: (entre dientes) ¿Dónde estás, maldita? ¿Cómo es posible que me hayas abandonado?

Mientras caminaba por las bulliciosas calles de Nueva York, la confusión en sus pensamientos era palpable. La gente la miraba con cautela, aún impactada por la escena anterior. Sin su corona, Hela se sentía vulnerable y desconcertada.

Hela: (frunciendo el ceño) Algo no está bien... algo ha cambiado.

Sus pasos resonaban en el pavimento, pero su mente estaba inmersa en la búsqueda de respuestas. La Diosa de la Muerte continuó su travesía en un mundo desconocido, cuestionándose la razón detrás de la aparente traición de su corona.

HelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora