𝐗𝐈

769 64 5
                                    

No bastó el sufrir despierta. Tuvo pesadillas durante el tiempo en el que durmió. Veía claramente a Amy digiriendo las píldoras verdes que había encontrado en la cocina y le pareció que, el momento exacto en el que dejó de respirar.

—Leyah —susurró Ixan, sacándola de su ensimismamiento.

Tomó la olla con los papeles que había recortado el día anterior y los mezcló. Luego tomó ella misma un papel. Ixan la observó.

—Mike.

Nadie respondió, tan solo se observaron. Leyah no parecía notar las manos sudorosas y la mirada baja del chico que estaba en medio del grupo.

—¿Quién es Mike? —preguntó Ixan y después de una rápida examinación se acercó al rubio—. Tus palmas sudorosas me indican que eres tú.

Sus ojos llenos de miedo observaron detrás de Ixan. Leyah arrugó sus labios y suspiró.

—¿Te vas apresurar? Muero de hambre.

—Ziana —reprendió Leyah.

—¿Qué? Él se unió al grupo, debería seguir las condiciones.

—Morir no se toma a la ligera.

—Necesita algunos minutos, se los daremos —declaró Ixan.

La actitud de Ziana iniciaba a molestar a Leyah. Dejó la olla sobre la plataforma y puso toda su atención en el grupo del rincón. Habían tres personas inconscientes y pronto morirían, pero ¿qué podría hacer?

—Mike está listo.

No quería presenciar otra muerte, pero de alguna manera tendría que cumplir con el rol de líder que sola tomó.

Las paredes se deslizaron tras ella. El pelinegro le extendió al chico dos píldoras con un vaso con agua. Los anfitriones parecían disfrutar del espectáculo. Hasta habían habilitado las tuberías. Lo descubrieron al ver el grifo goteando y vasos sobre la mesa de la cocina. Aún se preguntaban cómo entraban allí sin que nadie se diera cuenta.

El cuerpo del adolescente se desplomó en el suelo. Ixan observó a Leyah y ella bajó la mirada a sus pies.

—Puedes salir.

—Tengo que acostumbrarme a esto.

—Puedes dejármelo a mí.

—¿Qué harás primero? —cuestionó.

—Leyah.

—Dímelo.

—Cortaré sus brazos —declaró Ixan observando el cuerpo. Leyah se acercó y le arrebató el cuchillo de la mano—. ¿Qué estás haciendo?

—Lo haré yo.

—Leyah…

—¿Crees que no puedo hacerlo?

—No lo harás.

Leyah se inclinó y justo donde se unían el hombro y el brazo, trazó un corte. Dudó, pero volvió a cortar. La herida se profundizaba con cada corte. La piel iniciaba a separarse y la sangre a brotar. Ignoraba las palabras de Ixan y contenía las lágrimas.

—¡Basta! —exclamó y lanzó el cuchillo con fuerza.

—¡Tengo que hacerlo! —gritó Leyah.

—No necesitas mostrarme que eres valiente.

—No lo hago por tí.

—Leyah —susurró.

—¡Lo hago por mí! Tengo que hacerlo. ¡Tengo que mostrarme que soy capaz de hacerlo!

Las lágrimas caían por su rostro y se aferraba a su chaqueta con fuerza. Se dejó caer al suelo y ocultó sus ojos entre sus manos.

Sintió que unos brazos la envolvieron y acariciaban su cabello. Leyah recostó la cabeza en el pecho de Ixan y limpió sus lágrimas. Levantó su rostro y contempló los ojos negros del joven.

—No necesitas probarte que eres valiente. Ya lo eres al estar aquí.

Leyah lo observó. Observó su cabello negro y revuelto. Su piel bronceada y sus fuertes brazos. No sabía exactamente cuánto tiempo llevaba ahí adentro, pero agradecía al menos, tenerlo a él.

Leyah acercó su rostro y lo besó. Él parecía sorprendido. Ella se alejó al ver que no correspondía, pero él posó las manos en su rostro y la acercó de nuevo.
Leyah llevó sus manos al cabello de Ixan y bajó hasta su cuello. Estaban sentados de una manera incómoda, así que la colocó sobre sus piernas y continuó besándola.

De repente el hambre pasó a segundo plano. Ixan inició a quitarle la chaqueta a Leyah, dejándola en una delgada camisa de tirantes. Introdujo la mano por la espalda, haciendo que Leyah contuviera la respiración y desabrochó el sostén. Ella acarició sus brazos y sostuvo el borde de su camisa, pero ¿qué hacían? No podían seguir ignorando el olor a sangre y que tenían un cadáver a un par de centímetros.
Ixan pareció leer sus pensamientos y con mucho esfuerzo, alejó sus labios de los de Leyah.

—Esto es jodido.

—Lo sé.

Caníbales por elección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora