𝐗𝐗

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El solo hecho de que el viento revoloteara su cabello la hizo feliz. Su expresión cambió al observar el cielo. Al ver los automóviles transitar y al oler la humedad de la tierra. Ixan se mantuvo al margen, dejándola contemplar el paisaje.

Cuando se hubo cansado de mirar, dejó que Ixan la guiara hasta un camión de helados.

— Ron con pasas —exclamó Leyah.

— Un helado de ron con pasas y uno de chocolate, por favor.

El cabello negro de Ixan estaba fijado con laca y su piel bronceada resplandecía. Eso hubiera sido una cita normal. Se sentía como una cita normal. Si no fuera porque Ixan era un psicópata que la tenía secuestrada en un edificio.

— ¿Qué piensas? —Leyah lo observó de reojo y negó.

El helado se derretía así que pasó la lengua por el borde del cono.

— ¡Oh! —Leyah exclamó al ver la mancha blanca sobre su vestido azul.

Ixan botó la servilleta en un basurero cercano y caminó hacia una tienda. Observó un vestido bermellón en la vitrina y luego a Leyah.
Le quedaría perfecto.

Leyah lo siguió y se probó el vestido luego de que una empleada lo bajara del maniquí. Las mangas transparentes caían sobre los hombros y era más corto y ajustado que el vestido azul. Ixan la observó al salir del vestidor y sonrió, pero ella no lo hizo.

— Te daré lo que quieras, solo pídelo.

— ¿Puedes darme mi libertad?

— Leyah… —Ixan se sintió exhausto y frustrado, pero aún así la siguió—. Leyah.

— Ya basta de comprarme vestidos. ¿Piensas que olvidaré que me tienes cautiva?

— Estoy haciendo lo que cualquier hombre normal haría.

— ¡Pero tú no eres un hombre normal!

Quizá lo gritó demasiado fuerte. El silencio después de eso fue mortífero y sus palabras se repetían una y otra vez en su mente. No, pensó. No fui demasiado dura. Lo merece. Pero su corazón se encogió al ver la expresión de sus ojos. Desvió la mirada hacia una paloma que picoteaba pan del suelo y giró hacia el camino por el que había venido.

Se obligó a sí misma a no voltear, pero sentía que habían pasado horas y él no regresaba. Caminó y caminó, hasta vislumbrar el edificio. Cuando escuchó pasos tras ella, liberó el aire que estuvo conteniendo.

Al entrar, un subordinado de Ixan le entregó a Leyah dos maletas que su madre había traído. Una cargada de ropa y la otra con zapatos y accesorios. Ixan las subió al segundo piso y se detuvo frente a la habitación de Leyah.

— Lo siento. Quiero entenderte pero…

— No puedes. No en ese estado —abrió la puerta y metió el equipaje en la habitación de Leyah—. Ya lo sabes. Dime si necesitas algo —y se marchó.

“En ese estado” —bufó.

Leyah vació las maletas en la cama y tomó sus audífonos. Reprodució a Twenty one pilots mientras doblaba su ropa y la colocaba en el closet. Al terminar se deshizo del vestido bermellón o intentó hacerlo, ya que lo volvió a tomar del bote de basura.
Se desplomó en la cama, aún con los audífonos puestos y cerró los ojos. Al cabo de un rato, inició a soñar.

Caníbales por elección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora