𝐈𝐈

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Leyah contemplaba a las personas y a la habitación, una y otra vez, hasta que captó a la chica de la derecha moviéndose.
Parecía aturdida. Mantuvo los ojos sobre las personas dormidas por un largo rato. Luego, dirigió una mirada angustiante a Leyah y a Kacey, quién dormía sobre su hombro.

— ¿Qué es esto? —preguntó la joven con la voz cargada de preocupación.

— No lo sé. Desperté aquí, al igual que tú.

— Estaba... Ayer estaba...

— No lo recuerdas —la chica la miró, confundida—. Creo que lo que usaron para sedarnos, bloquea nuestros recuerdos.

— Eso es una explicación razonable —pasó una mano por su cabello y bufó—. Si estaremos aquí, por quién sabe cuánto, al menos dime tu nombre.

— Leyah.

— Ziana —observó a la niña con lástima y regresó su mirada a Leyah.

— Ella es Kacey. La conozco hace 10 minutos y ya me parece la niña más valiente.

— De seguro lo es —declaró Ziana y llevó su mirada hacia otro sitio.

Leyah siguió la mirada de la joven. Una nueva persona estaba despertando; una anciana.Tenía bolsas bajo los ojos, la piel arrugada y con manchas de vejez.
Se puso de pie y su notable joroba le complicaba caminar.

— Abuela, es mejor que se siente —declaró Leyah. La anciana suspiró y regresó al suelo.

— ¿Sabes dónde estamos, querida?

— No lo sé.

— Lo último que recuerdo es estar con mis nietos, después de eso...

— De alguna manera reprimen nuestros recuerdos más frecuentes.

¿Tengo que decir esto a todas las personas que vayan despertando? La anciana es la número cuatro, de cincuenta...

La anciana examinaba el sitio en silencio y la joven de la derecha hacía preguntas que Leyah no podía responder.
Las personas empezaron a despertar. Algunas gritaban y lloraban, otras parecían paralizadas y no emitían sonido alguno.

Rápidamente se corrió la voz de que la primera en despertar fue Leyah, así que descargaron sus dudas y aflicciones en ella.
El número cuarenta, un anciano calvo y de expresión enfadada, repetía las mismas preguntas a Leyah y si fuera poco, los llantos de los niños la estaban sacando de quicio.

— Le diré lo que dije a la tercera persona en estar consciente. Desperté aquí, al igual que usted. ¡Así que no tengo idea de qué demonios ocurre!

Las voces se aplacaron y los llantos cesaron. Invitando al silencio a inundar la sala. Leyah lo disfrutó por un breve segundo, hasta que el anciano desató todo su enojo hacia ella.

— ¡Jovencita mal educada! ¿Cómo se atreve a hablarle así a un anciano? ¿¡Acaso, a su abuelo le habla así!?

— Anciano, la señorita tiene razón. Que ella despertara primero no significa que sepa lo que sucede. Piense, debe de estar exhausta de tanto mencionar lo mismo.

Leyah siguió la voz del hombre, hasta dar con él. Estaba recostado sobre la pared, en una de las esquinas de la sala y con un brazo sobre su rodilla; demasiado despreocupado.
Leyah recorrió su cuerpo bronceado. Inició en sus manos, sus brazos, su pecho. Deslizó la mirada hacia sus labios y elevó la vista un poco más. Se sobresaltó al encontrar, que esos ojos negros, ya la estaban mirando.

Leyah esquivó la mirada del joven, pero de inmediato se arrepintió. Su acto demostró debilidad, así que buscó de nuevo al hombre para retarlo, pero ya no la observaba.

Kacey se removía en su hombro y bostezaba, lo cual enterneció a Leyah.
Peinó el cabello de la niña con sus dedos, intentando que continuara con su siesta, no es realmente interesante escuchar agravios, pero Kacey terminó despertándose del todo.

— Leyah —expresó.

— ¿Qué pasa, princesita?

— Dormí bien con tu chaqueta —mencionó la niña y le extendió la chaqueta de cuero.

— Puedes quedarte con ella.

— Pero es tuya —replicó con voz muy fina.

— Ahora te pertenece —la niña sonrió, mostrando sus pequeños dientes. Permaneció sonriendo al observar a los demás, pero su sonrisa no tardó en desvanecerse.

— Todos ya despertaron.

— Así es, Kacey.

¿Qué sucedería ahora?


Caníbales por elección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora