𝐄𝐏Í𝐋𝐎𝐆𝐎

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Hacía frío. El cielo nublado empezaba a oscurecerse; pronto llovería. Dejó el vehículo en un estacionamiento público y ajustó su chaqueta. Estudió su entorno. Una chica paseaba a su perro y un niño iba de la mano de su madre. Avanzó. Avanzó hasta una joven solitaria. El flequillo castaño ocultaba sus ojos verdes y en su mano sostenía una botella de cerveza.

— Es temprano para tomar.

La joven no se sobresaltó. Aún sin haberse dado cuenta del momento en que tomó asiento a su lado.

— Uno puede beber a la hora que sea.

— Entonces, permítame hacerle compañía.

Ixan tomó una botella de la bolsa que estaba a los pies de la joven y la abrió con el destapa botellas que colgaba de sus llaves. La chica lo observó de reojo, pero no dijo nada.

— Contarle las penas a un extraño le haría sentir mejor.

— No lo sé.

— No es una pregunta —la chica sacudió su cabello café y se puso de pie. Acercándose a la baranda. Ixan también lo hizo. Eso le recordó a Leyah.

— Mis padres murieron hace unos años. Viví con mi tía hasta que cumplí los 18 y ahora… estoy tan sola.

— Al menos hoy tuviste suerte —sonrió y tomó un sorbo de cerveza.

— ¿No eres de la ciudad?

— Vivo en el campo, con mi esposa.

Los ojos de la chica se iluminaron. Le pareció dulce la manera en la que pronunció tal palabra. Colocó la botella vacía dentro de la bolsa de plástico y volvió a reclinarse en la baranda.

Ixan observó su reloj. Su cerveza estaba a la mitad y se acercaba la hora de almorzar.

— ¿Cómo es tu esposa?

— Agradable. En ocasiones, molesta, pero supongo que ella piensa lo mismo.

— ¿Cuál es su nombre?

— Leyah —Ixan observó su reloj una vez más—. Se me hace tarde. ¿Quieres venir a a almorzar con nosotros?

La chica dudó. Recogió la bolsa del suelo y asintió. Siguió a Ixan hasta el estacionamiento y subió a la parte trasera del vehículo. No quería tomar el lugar de su esposa. Se perdieron de la ciudad hasta llegar al camino de piedras. En un par de kilómetros se inició a visualizar la cabaña.
La chica bajó del auto y caminó tras Ixan. Caminó observando las flores y los colibrís. El cielo gris se dibujaba a través del lago.

Ixan abrió la puerta al llegar a la cabaña. La joven entró primero y seguido, él. El humo salía de una olla con agua hirviendo. Leyah rebanaba zanahoria y tarareaba la melodía de una canción.

— ¿Qué está cocinando, señora? —cuestionó luego de saludar.

— Carne —dijo sonriendo.

— Oh —exclamó sorprendida al observar fijamente el estómago de Leyah.

Buscó a Ixan pero estaba tras ella. Sus párpados iniciaron a cerrarse y sus piernas se aflojaron.

— Lo siento. Mi esposa tiene antojos.

Caníbales por elección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora