𝐗𝐈𝐈

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- ¿Condimentos? -Ixan asintió-. No lo entiendo. No entiendo en qué momento entran aquí y se llevan los cuerpos, o cuándo colocan vasos y condimentos -expresó algo fastidiada.

Habían pasado dos semanas desde que iniciaron a comer carne humana. El grupo no involucrado tuvo diez muertes en ese tiempo, por lo que ahora habían dieciocho personas, las cuales seguían intentando mantenerse vivas con agua. Leyah intentaba hacer que comieran, pero ellos se reusaban.

Por otra parte, su grupo disminuyó a doce personas. Empezaba a acostumbrarse, o más bien a resignarse, intentaba no pensar en qué pasaría cuando no quedaran más personas en la sala.
Le sorprendía que aún el anciano calvo se mantuviera con vida, era persistente. La anciana, había tenido suerte de que su nombre no saliera en ningún papel.

Desde lo sucedido entre Leyah e Ixan, ninguno había charlado al respecto. Su aspecto había mejorado, lucía como la primera vez que Leyah lo había visto. En cambio, ella tenía las mismas ojeras o incluso peor. No podía verlas, pero no hacía falta. Entre la noche y el día, dormía unas pocas horas y seguía pálida, anhelaba la luz del sol.

Suspiró y le extendió a una mujer las píldoras verdes. Leyah pasó la mano sobre su rostro y sostuvo su cabeza por unos minutos.

- ¿Te encuentras bien? -preguntó Ixan.

- Es solo dolor de cabeza.

- Deberían de tener medicamentos aquí.

- Oh claro, como si les importáramos.

La mujer, que se encontraba sentada en el suelo, se desvaneció y cuando dejó de respirar, la cargaron y la colocaron sobre la mesa.

Ixan y Leyah tomaron un cuchillo carnicero e iniciaron a cortar sus extremidades. Tomaron trozos de carne del tronco y la envolvieron con una manta que Leyah había pedido a la nada. Cortaron la carne de las extremidades y lo sobrante lo ocultaron entre la manta. Juntaron todos los trozos en la olla y añadieron condimentos.
Leyah observó la manta y luego sus manos ensangrentadas. Sus ojos ardían y su estómago se revolvía.

Ixan abrió la pared de metal, que de algún modo descubrió que solo se podía abrir desde adentro y le agradeció. Como lo hacía cada vez que hervían a alguien.

Se sujetó al inodoro y vació, un poco más, el estómago. Ixan podía oír las arcadas. Leyah respiró, enjuagó su boca, lavó su rostro y se dirigió a la pared. El pelinegro abrió al escuchar los golpes y ella entró. Tenían que servir los platos.

***

- ¿Podemos hablar?

Leyah se puso de pie al ver que Ixan lo hacía y lo siguió hacia la cocina. Él se mantenía en silencio, algo pensativo.

- ¿No vas a hablar?

- ¿Yo?

- Sí, tú. Me dijiste "¿podemos hablar?" o ¿escuché mal?

- No -suspiró-. Nos besamos.

- Sí. ¿Qué quieres decir con eso?

- Hace varias semanas -Leyah colocó los dedos sobre sus cienes y luego sacudió su cabello. Sabía a dónde quería llegar. Le causaba gracia y estrés.

- Quieres saber si todo está bien entre nosotros.

- Sí.

- ¿Y por qué te es tan complicado decirlo?

- Dijiste que esto era jodido.

-Y tú dijiste, "Lo sé."

- ¡Lo sé! Pero te alejaste -expresó al bajar la voz.

- Nos besábamos e íbamos a... ¡Con un cadáver al lado! No sé tú, pero es turbio.

- Lo fue.

- ¡Además! Toda esta situación, encierro, carne humana, sangre y ahora -señaló a ambos y golpeó levemente su frente-, esto -Ixan rió y pasó una mano por su cabello.

- Tampoco pensé que me gustaría alguien en estas circunstancias. Pero pasó.

- ¿No te aterra? -él la observaba- ¿Qué sucederá cuando no quede nadie? ¿Y si mi nombre sale en el papel? O peor, el tuyo.

- No sucederá.

- ¿Cómo estás tan seguro?

- No lo estoy, pero quiero estarlo.

Caníbales por elección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora