𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈

569 57 0
                                    

Eso cambiaba todo.

Habían unas orquídeas sobre la mesa de noche y dos píldoras para el dolor de cabeza. Había despertado hace dos horas. Esa vez Ixan no estaba ahí. Tragó las píldoras y salió de la cama. El cielo estaba oscureciendo.

Descalza, abrió la puerta y se dirigió a la habitación de Ixan. Tomó el pomo, pero dudó, así que optó por tocar.
Con el cabello revuelto y los ojos somnolientos, abrió la puerta. Iba sin camisa y un pantalón de algodón por la cadera. Abrió los ojos por completo al verla allí de pie.

—¿Qué hora es? —preguntó a sí mismo en tanto buscaba su teléfono—. Despertaste antes.

Leyah se lanzó sobre él y acarició su espalda. Recostó la cabeza sobre su pecho y permitió que una lágrima rodara sobre su mejilla.

—¿Por qué dijiste que me habías secuestrado?

—Quería ver si reaccionabas del mismo modo—expresó al acariciar su cabello. Había crecido un poco.

—Lo siento.

—Está bien. No tenías tus recuerdos.

Se mantuvieron así por minutos. Abrazados. Al fin se sentían aliviados.

—Podemos salir a almorzar con tu madre, mañana —Leyah asintió, le dio un beso corto y regresó a su habitación.

***

Abrió el closet y observó la ropa que tenía. No era suficiente. O había cambiado de estilo o se encontraba demasiado emocionada. Rebuscó en las maletas que le había traído su madre. Una estaba vacía, había colocado los zapatos en la parte baja del closet y el poco maquillaje y accesorios dentro de un compartimento. Recordó haber dejado un pantalón negro de vestir en la otra valija, así que la revisó.

En efecto. Tomó el pantalón e ignoró la caja blanca que estaba en el fondo de la maleta. Tomó un top fucsia y lo lanzó a la cama, luego se duchó.

Leyah golpeó a la puerta suavemente con los nudillos e Ixan abrió. Sus zapatillas negras relucían y su camisa azul, desabotonada, mostraba parte de su pecho. Ixan entrelazó su mano con la de Leyah y bajaron las escaleras. Al llegar al umbral del edificio, uno de los hombres de Ixan los esperaba, junto a un lindo auto.

—Dime la dirección, pasaremos por tu madre —declaró Ixan al haber llegado al parque.

—Continúa. No es tan lejos.
Ixan detuvo el auto frente a una casa terracota, de grandes ventanas y de jardín pequeño.

—Es linda.

—¿Mhm?

—Tu casa.

—Claro, mi casa —bufó Leyah al cerrar la puerta del vehículo con más fuerza de la necesaria.

—Tú también lo eres —entrelazó sus manos de nuevo y abrieron el portón blanco.

—Están aquí. En un momento termino —mencionó la madre de Leyah al colgar un pendiente rojo en su oreja.

—Tómese su tiempo.

—No quiero esperar tanto. Así que apresúrate, mamá —gesticuló Leyah con un deje de molestia. Su madre la observó en tanto se colocaba el otro pendiente y sacudió la cabeza.

Al llegar al restaurante, fueron guiados a su reservación y ordenadon una vez que el mesero llegó.

—Me alegra verte feliz —pronunció la madre de Leyah. Ella sonrió y se apresuró a terminar su vino.

—Iré al baño, enseguida regreso.
Ambos observaron a Leyah hasta que no la vieron más.

—¿No la ves extraña? Demasiado… —cuestionó Ixan. Tratando de encontrar la palabra adecuada.

—¿Inestable?

—Sí.

—¿Ha estado tomando su medicamento?

—¿Medicamento? —preguntó confuso.

—No te lo dijo.

—¿Decirme qué, señora?

Caníbales por elección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora