𝐗𝐗𝐈𝐕

596 50 0
                                    

- ¿Qué estaban hablando? -preguntó Leyah al regresar del baño.

- Sobre qué días irías a visitarme.

- Y yo le dije que no era necesario definir días -expresó Ixan-. Los días que quieras estaría bien.

- Claro... -gesticuló Leyah con lentitud-. Después de todo tú puedes visitarme también.

Ixan y la madre de Leyah sonrieron, trataron de no verse forzados. Y lo lograron con éxito. Al menos, eso pensaron.

- Deberíamos pedir la cuenta -Ixan le hizo una seña al camarero y luego de pagar, subieron al auto.

La tarde pasó rápidamente. Habían dejado a la madre de Leyah en su hogar e iban devuelta al edificio.

Ixan recordó algunas acciones impulsivas de Leyah. La manera en la que su ánimo cambiaba. Pensó que quizás el aislamiento durante el proyecto le había causado traumas, pero ahora tenía sentido el porqué se había ofrecido a ayudar desde el principio.

- ¿Qué te dijo mi madre?

- Te lo hemos dicho -respondió al virar a la derecha.

- Sé que mintieron.

- Leyah...

- Mi madre... mi madre quiere controlarme.

- ¿Por qué? ¿Porque te pide tomar el medicamento? -Leyah lo observó furibunda.

- No necesito medicamento. Tú más que nadie debes de saberlo.

- Lo tomo si es urgente.

- ¿¡Lo tomaste al pensar en comer a tu misma especie!? -Ixan no respondió-. No me pidas que los tome cuando nos encontramos en la misma situación -lanzó la puerta del auto y entró al edificio.

Ixan no la siguió. Después de todo, tenía razón.

Trastorno de límite de personalidad.

Por eso lo entendía. Una persona que estuviera en su sano juicio jamás se hubiera involucrado con él. Resopló. Sacudió su cabello y se desplomó en la cama.

***

- ¿A dónde me llevas?

- Espera y lo sabrás.

- ¿Es tu disculpa por la discusión de hace unas semanas?

- Quizá.

- ¿No me dirás? -Ixan negó y Leyah giró su rostro hacia la ventana.

Se alejaron de la ciudad. La espera se hacía eterna, hasta que a la distancia se asomó una grande cabaña. Era la hora dorada. Las sombras reaparecían cada vez que el sol resplandecía. El cielo rosáceo se reflejaba en el pequeño lago. El césped estaba recién cortado, pero más allá se extendía en un campo de flores.

Se mezclaron con las hortensias. Con los girasoles y las margaritas. Era una explosión de color. Leyah sonrió y corrió hacia el otro lado del campo, dónde solo había césped y más césped. Hasta estar cansada. Hasta que sus pies no pudieron más.

Ixan corrió tras ella y se lanzaron al pasto. Observaron el cielo, ahora casi negro. La luna ya se mostraba y una estrella palpitaba.

- ¿Te gusta?

- ¿Es tuya?

- Es nuestro hogar.

Caníbales por elección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora