1. Carta para la señorita Ozaki

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Su pequeño pueblo no era nada en comparación con la gran ciudad. Ellos no eran más que hormigas rondando la cueva de un gigantesco oso, unas cuantas personas que ya reconocía de vista o con tal sólo escuchar su apellido, teniendo conocimiento de absolutamente todos los habitantes.

Eso no quitaba el hecho de que fuera hermosa, al menos, ante sus ojos. Las casas, las personas, los campos de cultivos donde se cosechaba el alimento de cada familia, los establecimientos y la calma que cubría el lugar de día y de noche, siendo probablemente de los pocos pueblos donde podrías dormir en la calle y jamás te harían nada.

A pesar de no tener tantos recursos como la alta sociedad, nunca le impidió ser feliz junto a sus seres queridos. A dondequiera que fuera, la amabilidad de la gente era reconocible, pues habían educado a todos y cada uno de los niños con valores que muchos otros no podrían aprender ni en miles de años. Y hubiera sido uno de ellos, de no ser por su Anne-san.

Ella era una mujer sumamente bella, tan elegante como las gotas de rocío que se veían en los rosales luego de una fría noche, y se atrevería a decir que era más fuerte que muchos hombres. Con un carácter que haría llorar a alguien débil de mente y pensamiento, un cabello encantador y una sonrisa divina; lo había rescatado de los barrios bajos hace unos años.

Recordaba a la perfección la calidez de su tacto, lo gentiles que eran sus ojos al verlo cubierto de tierra y con todos esos raspones por todo su cuerpo, la melodía que cantaba para ayudarle a dormir durante las noches difíciles. Sus padres biológicos nunca aparecieron, por lo que fue sencillo adoptarlo y protegerlo bajo su manto, creando un lazo familiar inigualable.

A los pocos años, dejaron de ser dos, para ser tres. Su hermana menor, Kyouka, no era tan expresiva como él, pero no impidió que su relación fuera tan fuerte como la que ya tenía. Ella era bastante más seria que el resto de niñas de su edad, no soportaba los engaños o la injusticia, había herido de gravedad al hombre al que fue vendida luego de que sus padres murieran; y finalmente, llegó a casa durante una tarde de tempestad.

No podría pagarle a ninguna por toda la alegría que habían traído a su vida, el amor de una familia que no compartía sangre, aunque si un par de similitudes físicas e ideales, y por ello estaba seguro de que moriría feliz si moría por ellas.

Esa tarde, salió a comprar un par de hojas de té, quería prepararlo y tenerlo listo para cuando Kouyou llegara de trabajar. Normalmente era ella quien se iba todas las mañanas, él se encargaba de cuidar a Kyouka y de hacer mandados por todo el pueblo e incluso a las afueras del mismo; y esta vez no fue la excepción.

Apenas escuchaba hervir el agua cuando llamaron a la puerta, teniendo que levantarse de la mesa donde jugaba con la niña y atender. Abrió sin esperar nada nuevo, en un lugar tan pequeño nunca sucedían grandes cosas, pero sintió que su alrededor se ponía borroso de repente.

— Carta para la señorita Ozaki, de parte del Señor Mori– anunció en voz alta el mensajero, entregándole un pergamino de papel sellado — Se le solicita su respuesta a más tardar tres días después, si es tan amable

— A-Ah... claro...– respondió a duras penas, reconociendo el uniforme que portaba el otro hombre — Uuuh... di-disculpe, ¿quién dice que envía el mensaje?

— El Señor Mori, del palacio principal– contestó, dando una reverencia y girándose de regreso por donde vino — Que tenga buen día, con permiso

— S-Si, b-buen día...

Su pulso se aceleraba a niveles que no creía posibles, su mano tembló al sostener la carta y comprobar que el sello era de la familia más poderosa de la región. ¿Qué mierda iban a querer esos estúpidos ególatras de su hermana? ¿Para qué diablos la solicitaban? ¿Por qué ella de entre tantas mujeres solteras en el pueblo y en el maldito país? ¿Qué debería hacer ahora? ¿Entregarla o abrirla para asegurarse del contenido?

Mentiras azules // SKKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora